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José Sacristán se asoma a la Lima de Vargas Llosa

El actor estrena en el Teatro Español «El loco de los balcones», una tragicomedia del Nobel hispano-peruano que dirige Gustavo Tambascio
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Aldo Brunelli «colecciona» balcones. Sí, es un hobby un tanto raro. Pero lleva ya 78. El viejo profesor de arte de origen italiano se ha propuesto una gesta marcada por un romanticismo poco pragmático: rescatar los hermosos balcones coloniales de Lima, que están cayendo en el olvido, para que no se pierdan. Y, literalmente, se los lleva a su casa, con ayuda de su hija, Illeana. El problema es que dedicarle la vida a un empeño como ése le llevará a un inevitable conflicto. En «El loco de los balcones», Mario Vargas Llosa siguió fabulando, como ya había hecho en «Kathie y el hipopótamo» o en «La Chunga», con un personaje que rememora un episodio que parece nebuloso, sacado de su memoria... o de su imaginación. El Teatro Español prosigue con el ciclo de las obras del Nobel hispano-peruano con este texto de 1993, y lo hace con un montaje de esencias coloniales que dirige Gustavo Tambascio en el que José Sacristán se mete en el traje y el sombrero de Brunelli.
El anterior montaje del veterano actor, en un momento inigualable a sus 77 años y con dos películas en el próximo festival de cine de San Sebastián, fue «Yo soy Don Quijote de La Mancha», en 2012. Sacristán reconoce que ambos personajes «tienen cosas en común: la idealización, el llevar a cabo una empresa sin pararse a considerar los problemas que pueden acarrearle a él y a su entorno. Seguramente en el caso del ilustre hidalgo con aspiraciones más épicas, y en el de Brunelli, más domésticas. Pero, en esencia, espiritual y moralmente, sí hay un cierto paralelismo». El actor de Chinchón tiene algo quijotesco, pero a su manera. «Yo vengo de Sancho Panzas, y me sigo reconociendo en ellos. Pero soy Quijote por aspiración».
Las balconadas de Lima, cuenta, «son una belleza». Pero la obra, lógicamente, va más allá de estos elementos urbanos. «Mario pone una mirada en un personaje a partir del cual aparecen unas figuras que o bien se suman a su causa o bien la ponen en cuestión. La habilidad de Mario es intentar no dar doctrina. Todo lo que ocurre es una peripecia dramática. El estrato, el púlpito que supone un escenario, no debe servir para enseñar a nadie cómo tiene que vivir, sino para mostrar unos comportamientos y que cada uno saque sus conclusiones».
Sacristán elude hacer un juicio crítico sobre la obra de Vargas Llosa: «Sería una temeridad por mi parte». Valga un breve apunte: «Creo que el teatro de Mario está muy próximo a su obra literaria. Su mirada está muy atenta a unas peripecias humanas vistas desde una perspectiva, la de su manera de pensar. Tal vez lo que sí predomina es un eco literario: hay una literalidad en los personajes. En este caso, al tratarse de un italiano que llega a Perú, un profesor de historia del arte, en muchas de sus manifestaciones se nota un tono de cierta pedagogía verbal. Pero las obras de Mario, desde "Kathie y el hipopótamo"y "La Chunga"a "La señorita de Tacna"u "Ojos bonitos, cuadros feos", son como su universo: apuntan en todas direcciones».
Sacristán y Vargas Llosa se conocieron durante el rodaje de «Pantaleón y las visitadoras» (José María Gutiérrez Santos, 1975), filme basado en una novela del Nobel. Han coincidido en alguna ocasión desde entonces, pero Sacristán habla de aquel encuentro con emoción: «Yo estaba trabajando con Mario Vargas Llosa mientras leía sus libros. Las charlas que teníamos después del rodaje, no sólo sobre "Madame Bovary"o sobre "Conversación en la catedral"y otros libros suyos, sino sobre Rulfo, Octavio Paz, Carlos Fuentes... Para mí fueron formidables. Yo compensaba todo aquello hablándole de cine». Para Tambascio, en cambio, es su primera aproximación como director al mundo de Vargas Llosa, aunque no le es ajeno su universo literario: «A los 17 años leí "La ciudad y los perros"y el impacto que me produjo fue brutal», recuerda el regista.
Desde «El hombre de La Mancha»
A Sacristán y Tambascio les une también una amistad que viene de lejos: el director argentino, afincado en España hace ya décadas, le dirigió en el musical «El hombre de La Mancha» (1997), uno de sus grandes éxitos teatrales. Parece que entre locos, hidalgos y balcones, se fuera cerrando un círculo. «Este montaje le viene muy bien a Gustavo. Mario es un dramaturgo que propone cosas para que la dirección las materialice. En ocasiones hay acotaciones que hay que revisar. Todos esos traslados en el tiempo y el espacio, porque la obra sucede en la imaginación de un señor, Gustavo los ha resuelto muy felizmente con toda esa inventiva suya, esa mirada para fabular, para crear espacios y situaciones».
Hay otras dos señas de identidad en el teatro de Tambascio: la musicalidad y el humor. El propio director corrobora que ambas están en este montaje, que ha abordado «como una ensoñación de un individuo que ha construido un mundo imaginario, un expatriado, un extranjero italiano, como lo soy yo mismo. Uno llega a un país que no es el suyo, se enamora de aspectos del pasado de ese país, como lo hacen los hispanistas que vienen aquí a estudiar a autores desconocidos, y él se dedica a esa especificidad de los balcones de Lima, pero también a recrear en su cabeza una Lima que no existió. Es una ensoñación y, en cierta manera, una tragicomedia».
Tambascio no conoció aquella Lima, pero sí se crió entre Brasil y Argentina, donde no tenían esos balcones. «Para mí es también una construcción fantástica. A mí, en todo caso, la obra me remite más a algunas cosas de Brasil. Piensa que Lima fue la ciudad más importante de América Latina, la capital de todo. Yo nací en una ciudad que fue fundada para resolver una cuestión de límites. Buenos Aires fue pobre hasta que hubo el boom de la salazón de la carne. Pero Lima tiene un pasado fabuloso, mitológico. A mí el texto me habla de eso. También me remite mucho a mi pasión por la ópera. La hija del protagonista, en un momento, dice: "Mi padre es italiano, tiene un concepto operístico de la vida"». Así, el director ha incluido una «miniópera» dentro de la obra, con evocaciones de Bellini, de Meyerber, de Rossini... Y resume: «Alguna vez definí esta obra como un concierto para chelo, solista, que sería la voz de Sacristán y distintos instrumentos».

Dos botellas de vermut Lacuesta

Sacristán anda, como siempre, repartiendo su tiempo entre el teatro y el cine. La próxima semana se le verá en pantalla en el Festival de Cine de San Sebastián por partida doble: como un profesor gris que no es lo que parece en «Magical Girl», la nueva e inclasificable película de Carlos Vermut (el autor de la sorprendente «Diamond Flash»), y en otro papel en «Murieron por encima de sus posibilidades», lo nuevo de Isaki Lacuesta. La obra de teatro le impedirá quedarse en el certamen, al que acudirá, visto y no visto, para la rueda de prensa de la primera. No sorprende que cuente que anda leyendo, revisando, un libro de cuentos de cine y otro de José Luis Garci. «No había visto la película aún, la vi el otro día y me pareció formidable», asegura del filme de Vermut, que ha pasado por Toronto. «Lo que ha sido muy curioso –desvela– es que he hecho ''Murieron por encima de sus posibilidades'', con Isaki Lacuesta, y ''Magical Girl'', con Carlos Vermut. Y hay un vermut que se llama Lacuesta. Isaki me regaló dos botellas». Aunque no se plantea que sea su bebida oficial a partir de ahora: «No puedo. Ya he traicionado al chinchón con el orujo. Como he dejado de fumar, y se toma de noche. Pero el vermut se toma de día».
- Cuándo: del 17 de septiembre al 19 de octubre.
- Dónde: Teatro Español. Madrid.
- Cuánto: 22 euros. Tel.: 91.360.14.80.

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