«La cocina»: Por fin, teatro de texto... ¡a lo grande!
Autor: A. Wesker. Director: S. Peris-Mencheta. Intérpretes: S. Abascal, P. Freytez, J. Gil Valle, A. Sauras, R. Álvarez, C. del Valle... Teatro Valle-Inclán. Madrid. Hasta el 30 de diciembre.
Resulta agradable comprobar que el público no siempre es tan fiero como lo pintan y que, en ocasiones, cuando el resultado es bueno, no sólo no censura el gasto que puede suponer una gran producción en un teatro público, sino que además acude masivamente a verlo y agota las entradas. Y eso es lo que ha ocurrido con «La cocina», esta grandiosa propuesta de Sergio Peris-Mencheta que cuenta con 26 actores en escena: que incluso los más desconfiados por el dispendio económico que podía suponer el montaje recomiendan ahora satisfechos a sus allegados que acudan a verlo. Y hacen bien, porque, independientemente de que la obra guste más o guste menos, pocas oportunidades habrá en el teatro actual, por no decir que quizá no se vuelva a repetir algo así jamás, de ver representado un espectáculo, que no sea un musical, de tamaña envergadura. Creo firmemente que todo montaje es digno del mismo encomio, cuando está bien hecho, más allá de que su naturaleza sea fastuosa o sea íntima y discreta; pero es cierto que en los últimos tiempos parecía ya casi imposible ver teatro de texto a gran escala. «La cocina», la obra más conocida de Arnold Wesker, y que está considerada en Reino Unido como todo un clásico, habla de las relaciones entre los empleados de un gran restaurante en Londres durante los años 50. Lo curioso es que el autor prescinde del comedor y centra toda la acción exclusivamente en una cocina en la que conviven trabajadores de Grecia, Italia, Chipre, Francia, Polonia, Alemania... Cada uno arrastra su propio pasado; todos están marcados por el fantasma de una guerra que ha destruido el mundo que conocían, y todos parecen atravesados por la melancolía y por la incertidumbre ante la posibilidad de que ese mundo no pueda ser recompuesto. Con la inestimable ayuda de Chevy Muraday, que se ha ocupado del movimiento escénico, Peris-Mencheta distribuye a sus actores con apabullante fluidez por un escenario dispuesto a cuatro bandas en el que la maravillosa escenografía de Curt Allen Wilmer se convierte prácticamente en un personaje más. Y son esa vistosidad de la puesta en escena y esa agilidad en la dramatización (ese ritmo continuo de acciones solapadas que se precisa para mantener el espíritu tan coral que tiene la obra) lo más loable de una función que, seamos sinceros, no llega nunca a tener la carga filosófica que se le ha intentado atribuir. En cuanto a las interpretaciones, hay sobre todo una notable cohesión en el conjunto, aunque no todas están al mismo nivel, como es lógico en un reparto tan amplio; pero es justo resaltar a Xabier Murua, que hace una soberbia composición, desbordante de energía, del atribulado y complejo Peter.