«La comedia de las mentiras»: Complaciendo a la manada
Autor: Pep Anton Gómez y Sergi Pompermayer, sobre textos de Plauto. Director: Pep Anton Gómez. Intérpretes: Pepón Nieto, María Barranco, Paco Tous, Canco Rodríguez... Festival de Mérida. Hasta el 20 de agosto.
La tragedia se difumina en las piedras de Mérida para permitir que la risa por fin domine el semblante de los espectadores con el estreno de la propuesta más ambiciosa comercialmente en esta edición del festival: «La comedia de las mentiras», una obra escrita por Pep Anton Gómez y Sergi Pompermayer, con dirección del primero, que se inspira en algunos personajes y situaciones de Plauto y en la que se cuelan numerosos guiños y referencias, en clave de humor, al teatro y al mundo grecolatinos en general. No se puede negar, y esto es digno de aplauso, que el dificilísimo propósito de atraer masivamente al público, y por tanto al turismo, a esta ciudad tan alejada de los planes vacacionales habituales se cumple con creces. El espectáculo, que será el que más días esté programado en esta 63ª edición, ya tiene agotadas prácticamente todas las localidades para todas las funciones. Y no olvidemos que el Teatro Romano tiene un espeluznante aforo de 3.100 espectadores. ¡Ahí es nada! Convertir estas ruinas –de día en agosto tan inhóspitas como un desierto– en el maravilloso y redivivo espacio teatral en el que se transforman cada noche es, como digo, para quitarse el sombrero. Ahora bien, que para desperezar al público de su amodorramiento cultural, y para hacer que sienta un mínimo interés por los pilares de la creación que sostienen su propia identidad, haya que recurrir a espectáculos tan tontorrones como este dice bien poco de nuestro nivel intelectual como receptores y de nuestra torpe e infantiloide relación con el arte. Porque nada hay destacable, desde un punto de vista netamente artístico y creativo, en esta comedia con aroma a vodevil desfasado que se limita a explotar los clichés más cansinos de la historia del teatro: el espabilado criado de aire bonachón y de insoportable, aunque presuntamente gracioso, soniquete en el habla (un Pepón Nieto que ya empieza a correr un serio riesgo de convertirse en una caricatura de sí mismo); la jovencita «ligera de cascos» –uso esta expresión porque tiene el mismo tufo antiguo y casposo que el propio personaje– que hace alarde de su desinhibida conducta sexual para regocijo del respetable más pazguato; la madura insatisfecha que da rienda suelta a su furor en los brazos del primero que le hace caso (una María Barranco cuya voz nasal llega a ser ininteligible); el pusilánime –o más bien idiota– pretendiente que no sabe o no se atreve a expresar sus deseos (un Canco Rodríguez que se ve forzosamente limitado por la esquemática estupidez de su rol)... En fin, mejor no seguir. El nivel de los personajes es el mismo que el del programa «Un, dos, tres...» cuando lo ves cuarenta años después. Eso sí, el público se ríe mucho. Así estamos.
Lo mejor
Siempre hay que valorar positivamente que un teatro de estas dimensiones se llene
Lo peor
Comprobar «in situ» que a la gente estas cosas le hacen gracia de verdad