Los escenarios recuperan el sentido del humor
Joe O’Curneen dirige «Lo que vio el mayordomo», de Joe Orton, y Manuel Gancedo, «Milagro en casa de los López», de Miguel Mihura .
Doctores que entrevistan a posibles secretarias con segundas intenciones y matrimonios encerrados de forma voluntaria en el salón de su casa durante años a la espera de un milagro. El verano no es «país» para serios, pensarán los productores. Y ellos suelen saber de esto, porque son los que viven mejor cuando se lee «no hay localidades» y los que sufren con un patio de butacas melancólico. Por eso, con el termómetro rozando los 40º en Madrid, no es de extrañar que esta semana sólo se asomen a la cartelera comedias, comedias y más comedias.
La primera, una pieza de un humor un tanto peculiar, «Lo que vio el mayordomo» (Teatro Infanta Isabel, hasta el 30 de agosto). Tanto como el autor que la escribió hace medio siglo, Joe Orton (1933-1967). Joe O’Curneen, uno de los actores y fundadores de Yllana, dirige este proyecto de Tomás Gayo truncado por su muerte inesperada. «Ha sido un gesto noble y romántico querer homenajear a Tomás», cuenta el director sobre Marisol Gayo, tía del fallecido productor e impulsora del proyecto hace dos años. «Es una farsa escrita con maestría: Orton aprovechó para, a través de la sátira y la comedia, ponernos un espejo de la gran hipocresía de la sociedad», explica O’Curneen. En escena, Pep Munné, Marta Belenguer, Luis Fernando Alvés, Mundo Prieto, Carolina Lapausa y Raúl Mérida protagonizan esta historia ambientada en la consulta del Dr. Prentice, cuyo principal interés en su aspirante a secretaria es carnal. «Estamos en el terreno del abuso sexual y él quiere realizarle un chequeo médico –cuenta O’Curneen–. Todo su afán es una mentira que vemos cómo se desborda y se va enredando y creciendo como una bola de nieve y con la que disfrutamos como espectadores. Todo acaba siendo un gran caos».
Sinónimo de «voyeurismo»
Lo curioso es que el mayordomo del título no existe, sino que sale de una frase hecha en inglés que nació de un aparato pionero en el erotismo cinematográfico allá por 1900. «Es un sinónimo de ‘‘voyeurismo’’. Es enigmático, pero alude a la temática central de la obra: todos los aspectos más perversos del ser humano. El autor hace una exhibición de esos aspectos, intrínsecos, pero que se hacen a escondidas». Un reflejo de la vida que le tocaba llevar, a escondidas, a un homosexual como era Orton en el Londres de 1967. Consagrado como un autor rompedor gracias a sus textos algo provocadores, Orton, homosexual e iconoclasta, dejó un puñado de textos antes de morir a manos de su novio a martillazos. El estreno de la obra fue póstumo, en 1969, en el West End, y la lió. Pese a ello, ha tenido casi una decena de producciones posteriores entre Londres y Nueva York. El montaje de O’Curneen se acercará al «toque Yllana». «Nos encanta mostrar cosas bien hechas, en las que se exhiben los aspectos más depravados del ser humano, pero desde una óptica cómica», reconoce el director, aunque matiza que busca un equilibrio en el lenguaje, ya que no es Yllana como compañía quien dirige la función, sino él.
Además, llevarlo a un terreno puramente cómico sería traicionar el espíritu del autor. «Hay que respetar a Joe Orton. Él tenía otras intenciones, además de hacer comedia o entreneterer: quería provocar, escandalizar, y con motivo, porque la sociedad era poco dada a otras formas de pensar y de vivir la vida, y muy dada a prejuicios ideológicos y dogmáticos. Creían saber lo que era el bien y el mal y un síntoma de locura y un desvío psicológico». Por eso, su escenografía juega con un enorme diván en mitad del escenario. El resto es el lenguaje de Orton: «Tiene muchas perlas cómicas que en inglés están muy bien escritas. Traducirlas fue una labor importante: es como traducir a Wilde. Orton es muy irónico y preciso con las palabras».
Poco tiene que ver con el humor de Orton «Milagro en casa de los López» (Teatro Galileo), una comedia surrealista de Miguel Mihura que esta semana estrena Manuel Gancedo, con Nuria González y Carlos Chamarro en la piel de los protagonistas de este título apenas conocido del autor de «Melocotón en almíbar»: Mercedes y Jerónimo, un matrimonio «bien» que lleva años sin salir, no se sabe muy bioen por qué, del salón de su casa. Ella reza porque algo cambie sus vidas... y se produce el milagro. «El milagro es poder hacer teatro en 2015», lanza Gancedo sin dudar con una risa amarga. Al margen de lo obvio, rectifica, «el milagro es que nadie se haya dado cuenta antes de las posibilidades que tenía este texto». Es un Mihura prácticamente desconocido. El propio dramaturgo lo dirigió en 1964 en Barcelona, pero él mismo fue su peor enemigo: en Madrid, a la vez, se representaba «Ninette y un señor de Murcia», cuyo éxito «fagocitó cualquier posibilidad» para esta comedia. No ayudó que, como dijo el propio autor, «la función tenía ‘‘el mejor primer acto que jamás había escrito y el peor segundo’’. Es una exageración ‘‘mihurana’’, pero sí es verdad que él no trabajó lo suficiente sobre este texto y se arrepentía de ello. Yo creo que en realidad lo que le pasaba a la función es que estaba adelantada a su tiempo, tanto en el planteamiento como en la estructura dramática. Hay una frase del primer acto que yo no he tocado que es: ‘‘Para conocer si un país es tonto sólo hace falta ver su televisión’’. Y eso está escrito en 1964. O ‘‘es una lástima que los pisos dejen estos dividendos’’. Se te ponen los ojos como platos y piensas cómo nadie ha metido el cuchillo aquí. Sólo había que coger la máquina del segundo acto, quitarle las piezas que le sobraban, limpiar los enganajes, colocarlos bien y ya hay un Mihura funcionando».