Miguel Rellán: «El teatro, si está bien hecho, es verdad»
Miguel Rellán / Actor.. Invita a vivir «con todas las consecuencias» en «Novecento», un monólogo que retoma, esta vez en el Maravillas, para contar la historia de un trompetista de jazz
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Invita a vivir «con todas las consecuencias» en «Novecento», un monólogo que retoma, esta vez en el Maravillas, para contar la historia de un trompetista de jazz
Presentar a estas alturas a Miguel Rellán, uno de los grandes actores de España, con un prestigioso y ya largo currículum, se antoja innecesario, pero hacerlo por la representación de un monólogo, sí es novedad. Se trata de «Novecento. El pianista del océano», una conmovedora obra del italiano Alessandro Baricco dirigida por Raúl Fuertes que ocupa todos los martes el Teatro Maravillas –hasta el 14 de junio–. En él, un trompetista de jazz narra la extraordinaria historia del que fuera su amigo, Novecento, el mejor pianista de todos los tiempos, que cautivaba cada noche a los viajeros del barco donde nació y del que nunca bajó. Un viaje emocional en busca del sentido de la vida que indaga en los rincones del ser humano y su incesante persecución de los sueños.
–¿Es su primer monólogo?
–Sí, ahora parece que ha salido la moda. He hecho en «El club de la comedia», pero creo que no puede considerarse monólogo teatral. En mi caso no tiene que ver con la crisis, aunque con el 21% te paras a echar cuentas y casi no te salen.
–¿Por qué ahora sí?
–Cuando me lo ofreció Raúl Fuertes dije «no». Los que me habían dado eran de exhibición actoral y mi vanidad es bastante reducida. Me dijo: «Léelo», y cuando lo hice supe que quería contar este cuento para ver las caras de la gente. «Esto les va a encantar», pensé.
–¿Es duro?
–¡Uff, mucho! De lo más duro que he hecho en mi vida. Hago de un trompetista mayor que ha perdido todo y sólo tiene la historia de su amigo Novecento. Es el narrador que necesita contarla porque es lo único que da sentido a su vida. Es duro por el esfuerzo físico, pero también por lo emocional.
–¿Y arriesgado?
–Como cruzar las cataratas del Niágara. Mi miedo no es quedarme en blanco, sino no conseguir dar bien las notas. El teatro es una ceremonia donde ofician actor y público. La mitad de la belleza del paisaje la pone el que mira, hay que estar predispuesto para escuchar. Debo captar el espíritu, el público y yo debemos colaborar para que se produzca el milagro, para que bajen los ángeles y surja la emoción. Cuando ocurre, es ¡bárbaro! No respiran. Yo lo noto y se me ponen los pelos de punta. Sólo me ha ocurrido dos veces, pero es maravilloso.
–¿En televisión y cine ocurre?
–Nada. Sale un actor que te va a contar cosas graciosas, pero de repente empieza a llorar. Un ser humano sufriendo a tu lado. ¿No era mentira? No, no lo es. El cine sí que lo es. El teatro, si está bien hecho, es verdad, y con eso no hay quien pueda.
–¿Qué es «Novecento»?
–Hay una frase de Peter Brook que se puede aplicar como una metáfora de lo que es: «La labor del teatro está en recoger el ruido del mundo y transformarlo en poesía». Luego está la peripecia argumental, que es el pretexto para hablar de otras cosas, como la necesidad de elegir.
–¿Vivir es elegir?
–Hay que hacerlo continuamente y cada ocasión es un riesgo, porque pueden pasar dos cosas, que pierdas o que ganes. Todo es azar.
–¿Es una lección de vida?
–Una invitación a vivirla con todas sus consecuencias.
–¿Qué papel juega la imaginación?
–Absoluto, es la clave. Toda la función transcurre en la mente del espectador, que es una de las ventajas del teatro. No se describe nada, no hay música ni decorado, hay un duelo de virtuosismo musical contado, que hay que imaginar. Un señor me preguntó emocionado: «¿Dónde puedo comprar la banda sonora?». ¡Creía haberla escuchado! ¿Qué música se puede poner más potente que la que te puedas imaginar?
–¿Al ser humano le gusta que le cuenten historias?
–Lo necesitamos para distraernos, divertirnos, reírnos... pero también para entendernos a nosotros mismos, a los demás y al mundo.
–¿Ha visto la película?
–Sí, una vulgar porque mutila la imaginación. Le ha puesto voz a Mafalda y no se le puede poner voz, cada uno se imagina una concreta.
–¿Qué es más difícil, memorizar o mantener la concentración?
–Lo segundo. Memorizar es un ejercicio, te pones y sale. Pero si el público no oficia y distrae... la pierdes ¡Los móviles! ¡La chocolatina inoportuna!
–¿Qué siente cuando está solo y dicen: «La función va a comenzar»?
–Es terrible. Notas que se apaga la luz y se acalla el murmullo. Lo primero que pienso: ¿Quién me manda a mí...? ¡Hoy me caigo seguro!, pero es una descarga de adrenalina. Terrorífico hasta que sales, una vez que pisas la arena, nada.
–A estas alturas, ¿a qué aspira Miguel Rellán?
–Pues sólo pienso que estoy empezando.
El lector
«Soy lector de Prensa de siempre. Leo todos los periódicos, incluido LA RAZÓN, en papel, no me acostumbro a internet. Para mí es un rito bajar a tomar café, sentarte en el velador del bar y echar un vistazo a todos. Ojeo los titulares, leo lo que más me interesa e incluso recorto cosas para luego leer en casa más tranquilamente. Me gusta empezar por el final, me voy a Cultura, me salto los deportes y después política, Nacional...»