Póngase guapo, por favor, que se va a morir
Una década después, la Orden de "Los nadadores", liderada por José Manuel Mora y Carlota Ferrer, se mete dentro de un salón de belleza para ver cómo afrontamos la única certeza de esta vida: la muerte
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Terminaban Los nadadores nocturnos con el vídeo de un niño, Enrico Bárbaro Jr., el hijo del fundador de la Orden –Jean G–. En palabras de José Manuel Mora –su «padre» artístico–, aquello fue «una crítica demoledora sobre la realidad política y social del sistema». Un momento con una doble lectura, optimista, para algunos, y todo lo contrario, para otros: «Siempre me pregunté cómo vería ese final con el paso del tiempo, hasta qué punto me enfrentaría a él de una manera diferente», cuenta ahora un autor que no fantaseaba tanto con «una segunda parte», dice, «como con la restructuración de algunos temas y el desarrollo de varios personajes. Hay más madurez para abordar ciertos puntos y la misma sorpresa ante el mundo».
Y es que ya ha pasado una década de aquello. Ese chaval del vídeo ya no es el mismo: los ocho años se han convertido en 18 y, sobre todo, la Orden está de vuelta. Al frente de ella continúan Mora y Carlota Ferrer, dramaturgo y directora, aunque la «noche» se ha cambiado por el «día» y los «nadadores» ya no acuden a la piscina a «reunirse y follar hasta el aburrimiento» para anestesiarse del mundo, sino a un decimonónico salón de belleza para ajustar cuentas y, de paso, ponerse guapos. La única posibilidad de cambio ya no nace del sacrificio colectivo, sin embargo, siguen necesitando al «otro». Han cambiado el chapotear en el agua por surfear el final de la propia vida. Los seres damnificados que se ahogaban en la desesperación dejan paso a otros nuevos que buscan la liberación de viejos dolores y, a su vez, se preparan para cruzar el umbral.
Asegura Mora que «nunca» pensó «en una secuela». De hecho, insiste, «esto no lo es. Es una obra autónoma». «La primera es una semilla del desarrollo de esta, pero los espectadores que no la hayan visto no van a tener ningún problema», defiende Ferrer huyendo de lo de «segundas partes nunca fueron buenas», ríe. Con una u otra etiqueta Los nadadores diurnos (Naves del Español en Matadero) heredan lo suficiente –bastante– del universo que lideraba Jean G (Joaquín Hinojosa), como el nombre de la pieza y algunos de sus personajes; tres: Niño Vídeo, Mujer Rota y Chico Paloma, interpretados por Enrico Bárbaro, Julia de Castro y Alberto Velasco; siendo ellos dos los únicos que repiten del elenco de entonces –Manuel Tejera, Carlos Beluga, Juan Codina, Tagore González y la propia Ferrer completan el actual reparto–.
Lo primero que vemos en este regreso de la Orden de Los Nadadores es que sus miembros ya no se dan cita en la cubeta y sí lo hacen en un salón de belleza muy particular: «Un lugar en el que aprender a morir», resume la directora y, dentro de la función, Taquillera. Una zona hacia una nueva vida donde los personajes ajustan cuentas consigo mismos y se preparan física y moralmente para cruzar la orilla. Se confiesan y se liberan sin tabús. «Es allí adonde van los enfermos y los parias a prepararse. Un sitio que realmente cada vez necesitamos más –apunta Mora–. Vivimos en una sociedad en la que la gestión del dolor y el envejecimiento se niegan constantemente. Los espectáculos taurinos nos parecen terribles porque somos incapaces de mirar a la muerte. Estamos preparados para pensar que eso no existe y que no va a llegar nunca. Y, por otro lado, asumimos una cantidad inmensa de enfermedades mentales porque tampoco somos capaces de gestionar determinadas emociones». Son estos los motivos que impulsaron al autor a darle continuidad a esos primeros nadadores –que, por cierto, se llevaron el Max al mejor espectáculo revelación– y reunir a parte de ellos en esta nueva «utopía», señala, «en la que la secta es un espacio que nos cuida».
Se apoya Mora en una máxima cervantina sacada del testamento de Alonso Quijano: «Aprender a morir, aceptar nuestra finitud y, además, hacerlo con belleza», cuenta el autor de un texto que se mueve en torno al sentido de la existencia: «Forma parte de la vida saber cuándo ha terminado y reconocer el momento de retirarse. Eso no lo tenemos resuelto y al surgir una enfermedad debemos enfrentarnos a cuestiones a las que no les hemos dedicado el suficiente tiempo. Comienza otra dimensión. Hay que aprender a ver belleza en el dolor». «Las palabras de José Manuel [Mora] te van golpeando –suma Ferrer– como si fuera un ensayo filosófico. Entras en un universo en el que ves la necesidad de las preguntas que deberíamos hacernos; sin aleccionar y sin tener la respuesta».
Ahí es donde coge peso la Orden, pero no entendida como una secta aislada, sino como «una comunidad que nos invita a jugar juntos en un mundo menos individual», añade la directora. Buscar la aceptación sin caer en el victimismo «de un sistema en el que no es fácil vivir». Porque el salón es también un punto de encuentro en el que aquellos que ya están cansados del mundo pero que, en el fondo de sus corazones, saben que no hay nada más importante que los cuidados compartidos, encuentran un lugar en el que guarecerse. «A los personajes les une la soledad y la necesidad imperiosa del otro –afirma Ferrer–. Es esa soledad la que ha provocado comportamientos que no son los más deseables, aunque dentro de lo que es el ser humano».
Humor negro, chismes y cotilleos, cine clásico, cábala y sufismo, boleros y Radiohead –«la música es muy importante en esta puesta en escena»– se unen sobre el escenario para que los personajes enseñen al público a jugar a la vida con las cartas que a cada uno le han tocado. «Lo contrario, pensar que es injusto, solo genera frustración. Parece una obviedad, pero requiere de mucho aprendizaje», cierra Mora de esta «misa profana, que no laica, porque todavía no sabemos qué religión profesa».
- Dónde: Naves del Español, Madrid. Cuándo: del 8 de febrero al 5 de marzo. Cuánto: 20 euros.