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«Rojo»: Abstracción y mala leche

«Rojo»: Abstracción y mala leche
«Rojo»: Abstracción y mala lechelarazon

Autor: John Logan. Director: Juan Echanove. Intérpretes: Juan Echanove y Ricardo Gómez. Teatro Español, Madrid. Hasta el 30-XII- 2018.

No cabe duda de que «Rojo» está entusiasmando a ese misterioso ente que llamamos «gran público». Cada noche se salda en el Español con un lleno absoluto y una de las más emocionadas ovaciones que yo haya visto en los últimos tiempos. Y es comprensible. En primer lugar, porque la obra, un drama de factura clásica con influencias de la alta comedia, está construida y representada con una corrección técnica y una claridad conceptual que se empiezan a echar de menos en el teatro contemporáneo; en segundo, porque los dos protagonistas, Ricardo Gómez y Juan Echanove, gozan de una popularidad capaz de arrastrar a una legión de seguidores en la que se dan la mano, como en el argumento de la obra, la juventud y la veteranía. No obstante, más allá de la corrección formal del texto y de la puesta en escena, y del poder de convocatoria y el buen hacer del elenco, la obra de John Logan sobre el pensamiento y el carácter del artista abstracto Mark Rothko tampoco es que sea la gran maravilla. Podría serlo si no sostuviera toda la tensión dramática en el enfrentamiento de los diferentes estilos, generaciones e incluso personalidades que encarnan el maduro Rothko, por un lado, y su joven ayudante por el otro. Lo más interesante sería que ese conflicto fuese el gancho argumental para recorrer otro más profundo y humano. Pero aquí ese otro conflicto, aunque existe, es algo débil y está sostenido por dos fuerzas desiguales. Tan desiguales que es imposible apreciar en el personaje que interpreta Gómez, salvo en un sólido monólogo próximo al desenlace que el actor resuelve muy bien, la hondura psicológica que cabría esperar de un buen antagonista. Podrá argüirse también que ese desequilibrio de fuerzas tal vez sea premeditado, porque ello permitiría un mayor estudio del carácter del protagonista y, además, un mayor lucimiento interpretativo de un gran actor. Concedo solo lo segundo: es verdad que aquí, por ejemplo, Echanove hace un llamativo y formidable trabajo; pero saca petróleo de donde no hay, porque el texto, y he aquí por qué rechazo lo primero, no llega a entrar de lleno en las profundidades del alma, supuestamente compleja, de su personaje, ni tampoco en su interiorizado declive existencial; sino que se limita a guiar eficazmente al espectador por el trazado dialéctico y temperamental de un tipo del que solo cabe concluir que es cascarrabias, sarcástico, impulsivo y arrogante.