"Los santos inocentes": La milana bonita vuelve a volar ★★★★☆
Nadie tendrá la sensación de estar viendo una pobre copia de la película, sino una gran versión de la novela original
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Autor: Miguel Delibes (versión de Fernando Marías y Javier Hernández-Simón). Director: Javier Hernández-Simón. Intérpretes: Javier Gutiérrez, Pepa Pedroche, Fernando Huesca, Yune Nogueiras, Marta Gómez, Luis Bermejo, José Fernández, Raquel Varela y Jacobo Dicenta. Naves del Español en Matadero, Madrid. Hasta el 11 de junio.
Después de una larga gira por España, de esas que ya pocas veces se ven, Los santos inocentes llega a la capital para poner fin a su periplo. Y no ha podido ser más calurosa la acogida por parte del público madrileño de esta adaptación de una de las novelas más conocidas de Miguel Delibes. Una popularidad que en verdad no reside tanto en el libro –aun la literatura más excelsa tiene un alcance limitado- como en la extraordinaria película que rodó Mario Camus en 1984 a partir de él. Y ese era el gran riesgo que corría el director Javier Hernández-Simón llevando ahora la novela a los escenarios: teniendo en cuenta que el teatro tiende mucho más a la abstracción que el cine, y que este tiene, por el contrario, más capacidad para sublimar lo concreto, no era fácil salir airoso de la inevitable comparación que todo el mundo haría entre su montaje y una película previa cuya huella permanece tan poderosa aún en el imaginario del espectador. Porque ¿debe el director intentar apartarse como sea de esas imágenes que ha generado ya el cine para ofrecer otras nuevas? ¿O debe aprovecharlas si le pueden ser útiles? Y la misma duda surge con respecto a las interpretaciones: ¿es mejor partir de cero a la hora de leer y componer un personaje?, ¿o conviene que el actor considere e integre en el suyo propio el trabajo de su antecesor cuando este ha calado tanto en el público? Seguramente no hay repuestas únicas ni mejores; y sospecho que así lo entienden también los artífices de esta propuesta, en la que, a tenor de los resultados, todos parecen haberse guiado de acuerdo a la aristotélica idea del justo medio. Esto quiere decir que sí, que hay resonancias del film de Camus en los personajes y en la puesta en escena –algunas de esas resonancias parecen casi un deliberado homenaje–; pero nadie tendrá la sensación de estar viendo una pobre copia de la película, sino una gran versión de la novela original, que es el requisito indispensable para que el montaje tenga auténtica entidad artística. Y este lo tiene.
Firmada por Hernández-Simón junto al desaparecido Fernando Marías, esa versión sintetiza a la perfección los conflictos y las líneas argumentales de esta conocida historia sobre caciquismo y dominación, sobre el ineluctable y triste sino de los más desfavorecidos y sobre el sueño de la educación como única llave para alcanzar el progreso y escapar de la indignidad. Los escasos y deteriorados enseres de una familia que no tiene más pertenencias que sus manos para trabajar ocupan, en una pequeña y patética pila, la poética y eficaz escenografía que ha planteado Ricardo Sánchez Cuerda, presidida en lo alto por una bandada de aves que simboliza el papel fundamental que tiene la naturaleza no solo en la ambientación de la trama, sino también en su propia exégesis. Por ella desfilan unos personajes memorables, en muchos casos dotados de gran verdad dramática merced al trabajo de un elenco en el que coinciden algunos de nuestros mejores actores. Destacan especialmente Javier Gutiérrez, como Paco, el Bajo; Pepa Pedroche, en el papel de Régula, Luis Bermejo, dando vida al inolvidable Azarías; Jacobo Dicenta, en la piel del señorito Iván; y, por último, Yune Nogueiras, gran descubrimiento para el teatro, que hace, a pesar de su juventud, una formidable y muy sabia composición de la sacrificada Nieves.
La opción de sacar la famosa milana de Azarías en clave realista; los innecesarios gritos de la Niña Chica, que disuenan en una interpretación por lo demás estupenda; o el poco convincente juego de seducción que despliega Purita con Iván son las únicas pegas que cabe poner a una función muy bien hecha sobre una grandísima obra.
- Lo mejor: Es un buen montaje, hay grandes profesionales y la obra original de la que parte es extraordinaria.
- Lo peor: No sé cuál hubiese sido la mejor solución, pero el hecho de sacar la milana, por muy logrado que esté su diseño, acartona un poco la función.