África

Kenia

Sanzol, alucinaciones de África

Mireia Gabilondo y Aitor Mazo, en una escena de «La calma mágica»
Mireia Gabilondo y Aitor Mazo, en una escena de «La calma mágica»larazon

Cualquier periodista que escriba sobre teatro sabe lo habitual que es tener que entrevistar a modo de «previa» (esto es, sin haber tenido la oportunidad de ver la obra aún) a un director que escamotea el argumento, la trama, con vagas divagaciones sobre el espíritu de su obra. Lo que es raro de verdad es que un dramaturgo y director, como Alfredo Sanzol, cuente sin reparos lo que vamos a ver, con pelos y señales... y sigamos con los ojos como platos tratando de entender de qué va la historia. Y es que el propio creador de «La calma mágica», su nuevo estreno en el Centro Dramático Nacional, reconoce tras soltar una risa que es una «historia bastante alucinada». Veamos: Oliver es un tipo que se queda dormido en su trabajo delante del ordenador, y Martín, un cliente, le graba con su móvil. A Oliver se le mete entre ceja y ceja que debe borrar la prueba de la vergüenza y a Martín no le da la gana hacerlo. Antes de eso, hemos visto a Oliver en una entrevista de trabajo. Olga, su jefa, le ha dado a probar unos hongos alucinógenos que le han hecho ver la escena aún por llegar de la siesta y la grabación. Y a continuación, todo sucede tal y como lo ha imaginado. «La trama es la aventura de Oliver para conseguir borrar ese vídeo y esa peripecia hace que se desarrollen las historias entre cuatro personajes: Oliver, Martín, Olivia y Olga». La primera, aclara Sanzol, «es una chica que trabaja con Martín y ahí hay una historia de amor que comienza muy mal, la clásica de chico conoce chica: al principio se odian pero acaban enamorándose. Y luego está la otra, la de Olga y Oliver».

Pero esperen, que aún hay más: en un momento dado, la acción se traslada a Kenia, donde se encontrarán con un elefante rosa. «Todo, dentro del paisaje alucinado que tiene la función», cuenta el director. Y, en fin, al elefante –sí, rosa– le entra sed, se cuela entre los bungalows, alguien saca un rifle y tiene que dispararle... Y mejor no seguimos, porque cuanto más explica Sanzol, menos se entiende esta nueva historia. O al menos lo que ha querido contar. Así que hay que preguntarle por las claras a su autor. Y, por fin, llega la luz: «Es una obra en la que pasan muchas cosas, muy divertidas, pero en la que el eje principal es la búsqueda de Oliver para darle un sentido a su vida. La historia comienza con una situación de crisis: él quiere dejar el teatro, ha muerto su padre, y ese viaje es de conocimiento, de crecimiento». Poco a poco, los cabos van atándose. Sanzol explica que «las bases de la función, de donde arranco, son elementos personales muy concretos, pero al final se convierten en otra cosa». Y asegura que se trata de una «comedia regalo»: «La he escrito para mi padre, porque querría que a él le hubiese gustado. Falleció en 2013 y esta obra es un intento desesperado de que él no desaparezca, de que siga estando. Es un sentimiento profundo, pero me gusta trabajarlo desde el humor».

Aclarada la confusión, Sanzol explica que nunca ha comido, como su personaje, «monguis» –hongos alucinógenos–, «bueno, sí, una vez, pero no me hicieron efecto. No sé si serían falsos. En cualquier caso, comencé a interesarme porque me encontré un artículo científico sobre la influencia de la psilocibina sobre el comportamiento». Y de aquellos lodos surgieron preguntas: «Es una sustancia que en un tanto por ciento de casos, no el 100%, produce una reducción de la frustración, un aumento de la empatía, de la aceptación de uno mismo, una serie de cambios que nos gustaría tener a todos. Cambios hacia una vivencia armónica de la existencia. En ese sentido, los hongos y la psilocibina, o sus efectos, se convierten en metáfora del deseo de cambiar».

«Imágenes corcho»

A estas alturas de la década, una obra de teatro con un cazador soltándole un tiro a un elefante en Kenia tiene inevitables lecturas sociopolíticas. Pero Sanzol relativiza este contenido: «La imagen del Rey con el elefante muerto me impactó. Pero al escribir esta obra no lo pensé. Puede que estuviera ahí, en el fondo, y que haya salido de nuevo. Son esos recuerdos que yo llamo ‘‘imágenes corcho’’, que de repente hacen un falso hundimiento y luego vuelven a surgir».

Y es que, subraya el autor de obras como «En la luna» y «Aventura!», que tanto tenían de carga social sin que en ellas se leyera ni una sola consigna, «todo mi teatro es político, es muy social. La visión de la política que quieren darnos es la del politiqueo, aquello que componen los políticos para hacernos creer que están haciendo algo. Pero la política tiene que ver con la convivencia, con la gestión de los recursos para hacernos vivir mejor. Lo que pasa es que han secuestrado el nombre. En mis obras está la política en su sentido más puro. El politiqueo, además, nos dice que la política se ocupa de la vida pública y los ciudadanos de la privada. Pero es falso: ambas están unidas».

«La calma mágica» es una coproducción entre los vascos Tanttaka Teatroa y el Centro Dramático Nacional. En escena veremos a Iñaki Rikarte (Oliver), Aitor Mazo (Martín), Sandrá Ferrús (Olivia), Mireia Gabilondo (Olga) y Aitziber Garmendia (una abogada). Fue esta compañía privada la que contactó con el director para que dirigiera este montaje. Posteriormente, Ernesto Caballero se interesó en el proyecto y quiso que el CDN participara en él. A Sanzol, en cualquier caso, el trabajo al frente de una compañía ya formada no le pilla de nuevas: ha dirigido en dos ocasiones a T de Teatre («Delicadas» y «Aventura!») «Tanttaka tiene bastantes cosas en común con ellos: me han dado toda la libertad artística, me han apoyado desde la producción y saben hacerlo muy bien».