Rufo, de la tragedia al éxito
El diestro, que fue cogido de manera espectacular, paseó un importante trofeo en el sexto en San Isidro
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Los caprichos de la vida tienen una dimensión tan bestia que el otro día Tomás Rufo abandonó Madrid a hombros camino de la calle de Alcalá. El sueño mayúsculo. Ayer volvía. En el primer momento, en los primeros segundos que pisó plaza y se impuso al toro el animal le recordó la dureza de esta profesión que te empuja al abismo de la vida y la muerte en un puto segundo. Quitó Tomás por expuestas gaoneras y no hubo perdón. La manera de cogerlo fue asfixiante, hiriente y tremenbunda. Daba igual el lugar donde estuvieras sentado que el oxígeno lo fuimos perdiendo a cada pitonazo. Más cuando vimos en uno de ellos que le quitaba el corbatín. Hay zonas sagradas. Esa es una de ellas. El milagro vino después. Cuando nos devolvió el aliento al verlo ponerse en pie. Como si nada. Como si todo. Colocarse la montera. Muy torero Rufo. Sin darse importancia. La tenía toda.
Era el toro de Manzanares. Se quedaba por debajo y por dentro por el pitón derecho. Le costó al alicantino ponerse con él. Por el izquierdo pareció viajar más largo y limpio, pero la faena tuvo las mismas trazas. La espectacularidad la alcanzó con la espada y de pronto salió a saludar.
Con la fuerza y el poder justo llegó el cuarto a la muleta. Versión dos de Manzanares, pero con el mismo concepto de otras tardes. Mucha línea recta y poca apretura para que el toreo tuviera fondo y forma de faena importante. Hubo un cambio de mano espectacular y en verdad, además del empaque, poco. El toro aguantó más de lo que parecía. Salió a saludar sin sentido.
Cuando le llegó el turno a Rufo fue un simulacro. Se cayó el toro antes y lo hizo después en la muleta. Un imposible.
Alejandro Marcos había confirmado alternativa con un primero, que salió resabiado, pensándoselo. Tuvo después una embestida corta el toro pero entregada, muy por abajo. La faena de Marcos contó con más disposición que resultados y mala espada. Se las vio con un quinto que iba y venía justo de poder y fuerza. Anodina la labor y un acero de poco lustre que le puso en apuros.
Rufo volvió a escena en el sexto después de pasar por la enfermería mientras Manzanares toreaba al cuarto. Salió con una mano vendada y poco más de lo que podíamos ver. Seguía siendo un milagro. Todas las esperanzas estaban depositadas en él en una tarde de fiasco. Vivimos un gran susto. Ese tiempo que el picador pasó a merced del toro atrapado debajo del caballo. Respiramos. Bendito oxígeno cuando Fernando Sánchez pareó para desmonterarse al sexto. Crónica de lo inevitable. Pedazo par. Eso no eran aplausos. Rendirse. Rufo se fue al toro convencido. Noble, sí, por el derecho, pero Tomás puso el resto. Redujo la velocidad, dulcificó las arrancadas y lo toreó muy despacio. Cosidas. Relevante puesta en escena. Lo que era y lo que se presentía. Madrid estaba metida en faena. Por el izquierda acortó el viaje y bajó revoluciones. Apostó Rufo por encima del toro. Y de la tarde. De la tragedia al ole. Y al trofeo y al éxito. Rufo vuela alto.
Las Ventas. 27ª de San Isidro. Toros de Puerto de San Lorenzo y La Ventana del Puerto (3º), bien presentados. Lleno. El 1º, de media arrancada y rajadito; el 2º, de mejor pitón zurdo, orientado y por dentro; el 3º, deslucido; el 4º, noble; el 5º, va y viene, sin demasiada fuerza ni poder; el 6º, a menos.
Manzanares, de corinto y oro, estocada (saludos); dos pinchazos, etocada (saludos con división).
Alejandro Marcos, que confirmaba, de rosa y plata, pinchazo, estocada que hace guardia, pinchazo, aviso, estocada, cinco descabellos (silencio); siete pinchazos, estocada, aviso, dos descabellos (silencio).
Tomás Rufo, de corinto y oro, estocada defectuosa, descabello (silencio); estocada (oreja).