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Sanfermines
A Morante se le espera siempre. Este año con ansias. Agua para el sediento. Te das cuenta, una vez más, viéndole con el toraco de Pamplona no transgredirse ni un segundo. Por nada ni por nadie. Eso es el valor. Se cimentó con el toro con un peso que asusta, parece que está atornillado a la arena (y ahí es tan imposible irse ante la imprevisibilidad del toro), por eso, entre otras cosas, tiene tanta expresión su toreo. Es una fuerza sobrenatural que emana hasta el infinito mientras otros días el toreo es algo superfluo que se desvanece pronto, como si no hubiera ocurrido. Es la diferencia con el olvido rápido y lo que sabes que no marchitará en el a veces cruel paso del tiempo. El toro de Álvaro Núñez tenía nobleza y mejor el embroque que el final, más pegajoso y como Morante se queda ahí, ya le maten, que no vacía la embestida, eran uno y otro comprometidos. El Sol, cosa rara, no miraba para el tendido, estaba con Morante. Y Morantón, con ese pedazo toro, se tiró a matar y cobró un estoconazo. Y la oreja. Y pellizcábamos un trocito de felicidad más que por la faena por sentir su estado de gracia.
El toro de la merienda tuvo movilidad y repetición, aunque le ocurría lo mismo que a su anterior ejemplar: tenía mejor el embroque que el desenlace del muletazo. El toro era mucho menos de presencia que el resto de corrida y Morante anduvo fácil, disfrutón e inspirado en el cierre antes de hundir una estocada contraria, que le valió para otro trofeo y para seguir consagrando una temporada para no dejar de verlo. Donde sea. Como sea. Después de abrir el eterno sueño de Madrid también vino Pamplona. Detrás de tanto éxito se esconde el miedo de agotar la mina de oro del artista, la inspiración divina para seguir vistiéndose de torero, pero disfrutemos de las luces mientras nos duren, que el apagón de Morante es que te estrujen el alma, te roben el oxígeno, y los sueños.
Roca Rey, que es torero sanferminero y hace doblete, tuvo que conformarse con el segundo con el quite por gaoneras y el comienzo de faena de rodillas. Después vio que el toro estaba encogido y acabó por echarse. Roto. El quinto contó con más informalidades y fue a menos. La faena del peruano tampoco alcanzó mayores glorias.
El tercero tuvo el empuje contenido, pero colocaba la cara abajo y cuando tirabas con los vuelos el toro quería viajar hasta el final con clase. Fue el toro que tuvo Tomás Rufo entre manos. No siempre le cogió el aire al toro, pero cuando se acompasó con él vinieron los mejores momentos, los redondos, la estocada (caída) y el premio. El sexto fue toro más complejo, más irregular. Rufo anduvo con ganas y el ánimo de la tarde acabó de rodar para que con la estocada sumara otra oreja y la Puerta Grande.
Toros de Álvaro Núñez, desiguales de presentación. El 1º, noble pero de mejor embroque que finales; 2º, deslucido; 3º, con calidad y el empuje justo; 4º, con movilidad y repetición; 5º, informal y a menos; 6º, . Lleno de "No hay billetes".
Morante de la Puebla, de burdeos y oro, estocada (oreja); estocada contraria (oreja).
Roca Rey, de blanco y oro, estocada (silencio); estocada caída (silencio).
Tomás Rufo, de carmín y oro, estocada caída (oreja); estocada (oreja).
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