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Obituario

Murió Manolo Lozano, la sabiduría discreta del toreo

Fallece a los 94 años una de las figuras más influyentes y respetadas del toreo moderno, artífice en la sombra de múltiples gestas

Murió Manolo Lozano, la sabiduría discreta del toreo La Razón

A los 94 años ha fallecido Manolo Lozano, figura esencial del toreo contemporáneo y uno de los hombres más respetados del planeta taurino. Su muerte pone fin a una vida que abarcó casi un siglo de pasión constante por la tauromaquia, una entrega silenciosa y profunda que le convirtió, sin buscarlo, en referente moral y profesional para varias generaciones.

Fue muchas cosas en el mundo del toro: novillero, matador por un solo día, apoderado de figuras, empresario de éxito en España y América, ganadero... Pero, ante todo, fue un sabio. Un hombre de criterio y de fondo, elocuente y asertivo. Su memoria prodigiosa, su amabilidad innata, su independencia y su afición sin fisuras le convirtieron en un personaje querido por todos, y en una fuente de consulta permanente hasta el final de sus días.

Nació en 1930 en Alameda de la Sagra (Toledo), el mayor de la histórica saga de los Lozano. Desde joven vivió por libre, al amparo de sus tías y de un abuelo que le inculcó el respeto por la palabra y por el campo. Estudió Veterinaria en Madrid, pero pronto lo atrapó el toreo: se escapaba al Rastro para comprar fotos antiguas de Gitanillo de Triana o Curro Puya, y leía con devoción la revista El Ruedo. Su santísima trinidad del arte la componían tres toreros: Curro Puya, Rafael de Paula y Morante de la Puebla.

A lo largo de más de setenta años, Manolo Lozano fue un testigo de excepción y un actor clave del toreo moderno. Se mantuvo en activo hasta pasados los 90 años, participando en la carrera de Morante, escribiendo sus memorias con la colaboración de Julián Agulla —publicadas en 2023 bajo el título "Historia viva del toreo" y recibiendo en su casa de Madrid a toreros, periodistas, aficionados o empresarios que buscaban en él una palabra justa, una referencia moral o un dato preciso.

Jamás buscó el protagonismo, pero su magisterio estaba en cada plaza, en cada cartel, en cada decisión. Con su marcha se pierde una forma de ser y de estar en el toreo: serena, firme, generosa. Su vida fue, como él mismo decía, “una larga conversación con el toro”. Hoy esa conversación se interrumpe, pero su voz —su sabiduría— seguirá resonando en los callejones.


Una alternativa insólita: el torero que fue por convicción

Manolo Lozano fue también torero, aunque sólo por un día. Lo fue a los 40 años, el 4 de octubre de 1970, en la plaza marroquí de Tánger, de la que era empresario. El Cordobés le dio la alternativa y Gabriel de la Casa actuó como testigo, en una corrida con toros de La Jarilla, propiedad de Palomo Linares. El cartel se imprimió en tres idiomas. Aquel día, Manolo cortó cuatro orejas y un rabo. Y al terminar, se cortó la coleta. Fue su primera y última tarde como matador.

Su debut con picadores había sido doce años antes, en 1958, en Aranjuez, con idéntico balance de trofeos. Pero él mismo reconocía, con humor y humildad, que había sido un torero “anecdótico y medroso”. Toreó para comprender desde dentro, para sentir la tensión, el miedo, la emoción. Porque solo conociendo el rito completo se podía opinar con la autoridad que él tuvo después.

Su gesto fue una rareza, sí, pero también una lección de compromiso. No buscaba una carrera en los ruedos: buscaba conocer el toreo por dentro, hasta el último detalle. Y eso lo hizo mejor que nadie.


Apoderado, empresario y testigo clave del toreo moderno

Si hubo un terreno en el que Manolo Lozano dejó una huella determinante fue en el de la gestión. Como apoderado, guio con mano firme y voz pausada a más de cuarenta toreros, desde Vicente Punzón hasta El Juli, pasando por Ortega Cano, Roberto Domínguez, Manili o Morante de la Puebla, con quien se retiró en 2018. A quince de ellos los llevó hasta la alternativa, y nunca hizo un movimiento sin ética. “Nunca he quitado un torero a otro apoderado”, decía con legítimo orgullo.

Fue también un empresario clave. Junto a sus hermanos, gestionó hasta cuarenta plazas en España, entre ellas Aranjuez, Segovia, Manzanares o Barbastro, y muchas otras en América, especialmente en Colombia y Ecuador, donde no faltó un solo año desde 1967. Mantuvo una relación estrecha con Pedro Balañá Espinós, el gran empresario catalán, con quien compartió visión y trabajo. Juntos soñaron una red de 40 plazas, un proyecto que se truncó con la muerte del catalán.

En 2021, la Junta de Castilla-La Mancha le concedió, junto a sus hermanos, la Placa al Mérito Regional. Fue un reconocimiento a toda una vida dedicada al toro. Pero su verdadero premio era otro: la fidelidad de quienes confiaron en él, el respeto de la profesión, y el privilegio de haber vivido, entendido y amado el toreo como muy pocos.