Curiosidades

Qué es irse a portagayola y por qué entraña tanto riesgo

Manuel Escribano es el torero que más veces se va a la puerta de los miedos y que ha convertido de esta suerte su seña de identidad

Escribano, a portagayola esta semana en Sevilla con la corrida de Victorino Martín
Escribano, a portagayola esta semana en Sevilla con la corrida de Victorino MartínPagés/Toromedia

Hay gestos en la vida que no admiten titubeos. Uno de ellos es irse a portagayola. En la tauromaquia, eso significa arrodillarse frente a la misma puerta por donde el toro va a salir. Esperarlo de rodillas, en línea recta, sin más defensa que el capote y la fe. La escena no necesita artificios para imponer respeto: la soledad del hombre, arrodillo, lo que lleva la indefensión de la postura, mientras al fondo suena el cerrojo y asoma la fiera. No hay trampa. Solo coraje y una declaración de intenciones.

El que se va a portagayola le enseña al mundo que viene dispuesto a todo. Lo sabe el público. En ese instante, el toreo roza el rito, y el riesgo se convierte en virtud. Porque si algo entraña esta suerte, es peligro. No hay escapatoria posible si el toro sale cruzado o si no obedece. No hay margen para el error ni espacio para la duda. Por eso se hace pocas veces. Por eso se recuerda siempre.

No está claro quién inventó esta suerte, aunque los estudiosos apuntan a la primera mitad del siglo XX. Se dice que fue El Espartero quien se atrevió a recibir así a un toro por primera vez, aunque otros nombres como Guerrita o Machaquito también figuran en los orígenes de la temeridad. Desde entonces, irse a portagayola es sinónimo de entrega. De desafío. De un toreo que empieza con el alma por delante.

Hay quienes la hacen como declaración excepcional, cargada de mensaje. Así ocurrió, por ejemplo, con Morante de la Puebla el 26 de abril de 2012 en la Maestranza de Sevilla. Fue una portagayola histórica, porque venía de quien rara vez recurre a esa suerte. Fue su forma de decir: "Hoy no hay red. Hoy no hay tregua". Y el público lo supo y se convirtió en una tarde inolvidable.

Otros, en cambio, la han hecho seña de identidad. El nombre que surge con fuerza es el de Manuel Escribano. Su concepto del toreo empieza muchas tardes justo ahí, en la bocana de toriles. No por alarde, sino por convicción. Porque para él no hay otra manera de mostrar sus credenciales que poner rodilla en tierra y alma en vilo. Escribano ha elevado la portagayola a categoría de estilo.

Los grandes valientes la han hecho suya también. Manuel Benítez "El Cordobés", en sus años de revolución, convirtió la portagayola en una explosión de verdad. Juan José Padilla, con su parche de guerra, supo lo que era jugársela desde el primer segundo. David Mora, tras volver de la tragedia, volvió también a hincar la rodilla en la arena para decir que estaba aquí.

Cornadas que sellan una leyenda

La portagayola no solo impone respeto, también cobra peajes. A veces, altísimos. Como ocurrió el 13 de abril de 2024, en la Feria de Abril de Sevilla, cuando Manuel Escribano, fiel a su forma de entender el toreo, recibió de rodillas. No fue en el lance de recibo, pero sí a la tercera verónica cuando le propinó una cornada de 10 centímetros en el muslo derecho y una fuerte contusión costal. Tras pasar por la enfermería, Escribano reapareció en el sexto toro con pantalones prestados por el futbolista Chimy Ávila. El gesto fue de torero, y el público, de pie, se lo devolvió con ovaciones cerradas.

Mucho más atrás en el tiempo, pero grabada en la memoria de la afición, está la cornada que sufrió Franco Cardeño el 8 de abril de 1997, también en la Maestranza. Al recibir a portagayola al toro "Hocicón", de Prieto de la Cal, fue alcanzado en la cara por una embestida terrible. La herida, que desgarró el rostro desde el mentón hasta la sien, obligó a múltiples cirugías y le dejó más de 200 puntos. Cardeño, con el rostro marcado para siempre, siguió soñando con volver a portagayola.

En tiempos donde todo se mide, se calcula, se negocia, irse a portagayola es lo más parecido a una renuncia al control. Una entrega. Un salto al vacío. Y, sin embargo, cuando sale bien, cuando el toro obedece y el capote abre como una flor, el ruedo se convierte en altar, y el torero, en dios.