Traidor a España: el turbio ideario de Juan Contreras en Cartagena
Entre progresista y moderado, este general que sufrió varios exilios y orquestó algunos robos fue un traidor venido a menos
Madrid Creada:
Última actualización:
El líder del cantón de Cartagena traicionó a los cartageneros. Cuando la ciudad cayó el 12 de enero de 1874, el general Juan Contreras cogió todo el dinero y las cosas de valor que pudo, las metió en el barco más rápido de la Armada, la «Numancia», y huyó a Orán. No se quedó a compartir la suerte de sus camaradas, a los que había llevado a la muerte y a la miseria. Esta es la historia de este traidor venido a menos.
Nació en Pisa, Italia, por pura casualidad. Al ser hijo de militar, ingresó en el Ejército en 1815 como cadete con ocho años. A los trece se sumó a la sublevación de Riego, y luchó contra los franceses en septiembre de 1823. Huyó entonces, y los historiadores le pierden la pista hasta 1831 cuando, sin saber cómo ni porqué, pasó del exilio a estar destinado en Badajoz. Se batió contra los carlistas, participando en numerosas batallas, e incluso en el levantamiento del sitio de Bilbao.
Salió de la guerra con el grado de coronel y con un ideario un tanto turbio, entre progresista y moderado pero todo lo contrario. Debieron ser años raros para él. Fue acusado de bigamia. Cuando Juana Torres se enteró de que se había casado con Rafaela Martínez en junio de 1841, acudió a un juzgado para que recordara a Contreras que habían contraído matrimonio tres años antes.
Debió pensar entonces que era mejor tomar las de Villadiego, y en octubre de 1841 participó en el secuestro de Isabel II. Fracasado, huyó para no ser fusilado como Diego de León, y no responder a la demanda de sus esposas. Volvió a España para ponerse a las órdenes del general Narváez contra Espartero. Esto le sirvió para ser ascendido a teniente coronel, siendo muy fiel al moderantismo incluso en la revolución de julio de 1854.
Giró al progresismo en 1864, conspirando junto al general Prim en su primer pronunciamiento en agosto de ese año. Fue «desterrado» a La Coruña, y siguió obcecado en estas aventuras hasta que en enero de 1866 se exilió por tercera vez. No hizo nada para el triunfo de la revolución de 1868, y se situó entre los republicanos. Contreras siempre se sintió merecedor de un cargo político de relumbrón, de ahí que fuera de un partido a otro, traicionando a uno con la esperanza de que el siguiente le reportara algún puesto de lucimiento. Salió elegido diputado y senador varias veces entre 1869 y 1872 sin que se recuerde ninguna intervención suya.
No sabía lo que era el federalismo ni la República, a tenor de lo que hizo en 1873, pero se negó a jurar fidelidad a Amadeo de Saboya. Esto le dejó sin sueldo y volcado en conspiraciones para derribar el régimen. Levantó partidas en Andalucía, dedicadas a hostigar a las tropas como bandoleros y a robar para sobrevivir. En esto le encontró la proclamación de la República, que, de golpe y porrazo, le nombró capitán general de Cataluña. El hombre se adecuaba al cargo porque el Gobierno no quería disciplinar a los soldados, que cantaban el «¡Qué bailen!» al tiempo que desobedecían a los oficiales, sino un federal intransigente que cayera bien a las autoridades locales.
Su paso por Cataluña fue un fiasco: los carlistas campaban a sus anchas, los soldados no combatían, y la Diputación Provincial de Barcelona proclamó el Estado Catalán. Fue depuesto y devuelto a Madrid justo a tiempo para auxiliar a Pi y Margall en su golpe de Estado del 23 de abril de 1873. Aquello se le quedaba pequeño. ¿Por qué no ser Presidente de la República? Montó junto a Roque Barcia un Comité de Salud Pública para organizar el Gobierno de la Federación Española, y se fue a Cartagena a levantar el cantón.
La ocurrencia hizo imposible el nuevo régimen. En los meses que duró aquello se dedicó a robar a las poblaciones vecinas y a bombardear las que pudo, como Almería y Alicante. En su única incursión terrestre, sus tropas no aguantaron a las de Martínez Campos. Contreras huyó a campo traviesa, dejando el uniforme en el campo de batalla. Aun así, obligó a los cartageneros a aguantar hasta enero de 1874 solo para esperar la derrota parlamentaria de Castelar y que el nuevo Gobierno reconociera la «realidad» cantonal. No sucedió. Al saberlo, Contreras y los suyos prepararon la huida bien pertrechados de dinero. En Orán estuvieron poco tiempo. En 1879 el Gobierno de Martínez Campos permitió que volviera a España, y por pena le dio un sueldo. Murió en 1881.