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Un camello de lujo en el Real

Crítica de ópera: «L'elixir d'amore». De Donizetti. Voces: N.Machaidze/C.Tilling (Adina), C.Albelo/I.Jordi (Nemorino), F.M.Capitanucci/J.Carbó (Belcore), E.Schrott/P.Bordogna (Dulcamara), R.Rosique/M.Sicilia (Gianetta). Orquesta y Coro titulares del Teatro Real. Direccción de escena: D.Michieletto. Direccción musical: M.Piolet. Teatro Real. Madrid, 2 y 3 diciembre.
larazon

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Las presiones de público y patronato obligaron a Gerard Mortier a introducir en esta temporada un título belcantista con una escenografía opuesta a sus gustos. Tal es este «Elixir d'amore» estrenado en Valencia hace año y medio. El montaje es tan opuesto a sus conceptos que llegó a afirmar que no asistiría a sus representaciones. No ha venido, como sí hizo en los anteriores títulos, quizá también porque hoy mismo tendría que comparecer en el juicio por difamación a Jesús López Cobos y la excusa para no presentarse es su enfermedad. Pudo acudir a «La conquista de México» e «Indian Queen» y vendrá a «Brokeback mountain», pero no a este Donizetti ni ante la Justicia.
Bolsas con droga
Empieza el coro cantando «...reposar bajo un haya al pie de una colina...», para continuar hablando del sol y los segadores. En la escena hay sol, porque el «Elixir de amor» se sitúa en una playa valenciana –aunque hayan desaparecido los helados La Jijonenca– pero pueblerinos segadores, ni uno.... Quizá en bañador. Dulcamara se convierte en el auténtico protagonista de la obra, no como un viejo charlatán sino como un joven chulo de playa que, en vez de vender frascos de elixir, vende bolsitas de plástico con un contenido blanco. Adina es la propietaria de un chiringuito de playa, Nemorino sigue siendo el buenazo tontón y Belcore, el soldado petulante. Eso sí, convertido en el perdedor de la historia por partida doble: se queda sin Adina y un perro de la policía detecta en su poder la droga que Dulcamara le ha traspasado inadvertidamente para escaparse él del registro playero. Al fondo el mar, en medio la torreta de socorristas, tantas tumbonas con sus bañistas como en Benidorm y hasta un tobogán que se llena de espuma en la celebración de la despedida de soltera de Adina. Pues todo ello funciona con sentido para hacer pasar un rato agradable y amable al sonriente espectador, aunque pueda abrumarle tanto «aparato» escénico.
Nino Machaidze acudió con el refrendo del Premio de la crítica del Campoamor para personalizar una Adina de empaque, sobre todo en el segundo acto, haciendo virtud de defecto con su peculiar vibrato. El rol de Nemorino ha sido muchas veces rol de vuelta, en los finales de carreras de tenores líricos. Así fue con Bergonzi, Carreras o Pavarotti, pero Celso Albelo se encuentra en plenitud. A pesar de su innegable buen hacer, no fue una de sus mejores noches porque no acabó de encontrarse cómodo y denotó inseguridades que le impidieron redondear, incluso en la célebre «furtiva lágrima», una parte bastante cómoda en lo vocal. Dará mucho más de sí en representaciones sucesivas. Sinceramente carece de sentido que el regista se haya empeñado en dejarle en «slip», porque no aporta nada a la escena y sólo logra incomodar a Nemorino y presentarle aún más ridículo entre tanto espectacular musculazo playero. Fabio Capitanucci, afectado por la gripe, cumplió como Belcore y Erwin Schrott se llevó el gato al agua con su vozarrón, que no exactamente de bajo bufo, su frecuente recurso a recitar y un dominio apabullante de la escena. En el segundo reparto, globalmente de menor peso, destacó Ismael Jordi, sin problemas en «slip», sacando con musicalidad mucho jugo a timbre y caudal de tenor ligero que proyecta bien. Nemorino pide un lírico. A Camilla Tilling se le quiere mucho en la casa, pero Adina le viene grande vocal y temperamentalmente. José Carbó apunta maneras como Belcore y Paolo Bordogna resuelve sin más. Excesiva discreción. Curiosas las diferentes composiciones de personajes en cada reparto. Albelo canta su aria a pie de escenario y Jordi, en lo alto del chiringuito. Sorprendentemente el Dulcamara de Bordogna acaba en un absurdo número de travesti. No había necesidad de abusar de lo ya abundante.
Lástima que Marc Piollet sea incapaz de obtener del foso y los coros otra cosa que corrección. Con más impulso, con más chispa, la función habría subido enormemente de temperatura. Así se queda en el templadito. El público sonríe, aplaude comedidamente y casi todas las entradas están vendidas. Éste era el objetivo que se perseguía.