Un griego pudo cincelar el rostro de Iberia
La Dama de Elche, la pieza más emblemática de la arqueología española, que arrastró un polémico periplo por España y Francia, aún está rodeada de preguntas: ¿quién era? ¿Formaba parte de una escultura? ¿Quién la hizo? ¿Por qué apareció aislada? ¿Por qué es tan diferente a otras piezas de la cultura íbera?
La Dama de Elche llegó del pasado desprovista de Historia, sin la cronología de una época que le diera un ropaje cultural, el tutelaje de una civilización. Antes de su aparición, el mundo ibérico era un conjunto de relatos, noticias, referencias; un mapa temporal de la Península que permanecía inexplorado, con el esqueleto impreciso de unos restos arqueológicos aún sin la cimentación que dan los estudios y las bibliografías. El 4 de agosto de 1897, Manuel Campello Esclápez, un muchacho de 14 años que faenaba en unos terrenos agrícolas de la Loma de Alcudia, sacaba del olvido el rostro de una figura remota, matriarcal. Al hundir ese día la azada en la tierra, sólo pensaba en labrar unos terruños, pero lo que hizo fue remover la memoria de un pueblo entero. La noticia del hallazgo se difundió por la población con ese rumor que suele acompañar a las murmuraciones. Manuel Campello, dueño de la finca, trasladó en un carro el descubrimiento y exhibió en su domicilio de Elche aquel ornamiento que le había regalado el destino y que los curiosos bautizaron apresuradamente, y siguiendo su propio instinto, como la «reina mora». «Es un verdadero icono, más que nada por estética, porque en la Dama de Baza o la oferente del Cerro de los Santos encontramos más información histórica y cronológica que en este busto que salió a la luz por casualidad y del que desconocemos su entorno arqueológico», comenta Andrés Carretero, director del Museo Arqueológico Nacional, institución que el próximo martes volverá a abrir las puertas al público.
Sin identidad
El busto apareció exento de contextos y pronto se convirtió en el «misteri», en una mujer «orientalizante», envuelta en el velo de su identidad sin aclarar, de su hieratismo de piedra y de las preguntas que comenzaban a aparecer y que acentuaban los puntos oscuros que rodeaban su origen: ¿Quién era? ¿Quién la esculpió? ¿Qué representa? ¿Es un retrato divinizado? ¿Cuál era su función? «Es un símbolo de nuestra historiografía, pero al principio traía sus propias dudas. ¿Para qué servía? ¿Qué significaba? El problema es que no estaba en una necrópolis o un santuario. Se discutió mucho sobre ella hasta que apareció la Dama de Baza, acompañada por un ajuar funerario y asociada a los restos de una difunta. La oquedad que existe en la parte trasera de la Dama de Elche viene a apoyar esta suposición», comenta Alicia Rodero, conservadora jefe del departamento de protohistoria del Arqueológico. Los collares, los rodetes dejaron la impresión primera de ser una especie de prefiguración de la mujer española, pero antes de que hubiera más especulaciones, el propietario vendió al Museo del Louvre, por intermediación de Pierre Paris, que había acudido a la localidad a visitar un amigo, la escultura por 5.200 pesetas de la época, unos 16.000 euros actuales. El dinero lo puso el banquero Nöel Bardac. El 30 de agosto de ese mismo mes, la escultura es embarcada en Alicante y parte hacia Marsella, recalando antes en Barcelona. «Entonces no existía una reglamentación para evitar que se comerciara con el patrimonio nacional. Eso no sucede hasta 1911 y, después, entre 1926 y 1933 fue la época en que marcharon tantos claustros a Estados Unidos», explica Carretero.
Las interrogantes no han desaparecido en este tiempo. Todavía hoy se desconoce si la Dama de Elche», nombre que recibió durante su estancia en Francia, es un busto aislado o pertenece a una figura sedente o de cuerpo entero que, en algún momento, alguien decidió cortar (esta posibilidad está apoyada por las irregularidades que presenta en la base) y enterrar en un lugar escondido para preservarla. «De lo que no tenemos dudas es que representa a alguien influyente de su sociedad. Pocos podían pagarse un entierro de esa magnitud», asegura Alicia Rodero. Otras dudas de este icono es la ambigüedad que existen en sus facciones (se llegó a dudar si era un hombre o una mujer, aunque ahora no existen dudas respecto a este punto) y la vinculación con otras culturas mediterráneas. «La persona que evocaba esta efigie adquirió sin duda un rango de divinidad. Esto estaba reservado a príncipes, realeza... Su cara presenta una evidente idealización, pero también puede ser un retrato. Hay rasgos que están diferenciados. Los collares y los rodetes son adornos que aparecen en la joyería oriental. Hay que tener en cuenta que en esos siglos llegan los comerciantes fenicios y griegos. Una influencia que impregna la cultura del pueblo íbero y que dejó su rastro en esta clase de motivos». Carretero remarca una de las últimas teorías sobre el artista que ejecutó la obra. «Existen otras damas, como la de Baza o la de los Cerros de los Santos. Las dos son preciosas, aunque son más básicas. No hay ni una sola que contenga la emoción de la de Elche. Ello hace sospechar que se realizara en Iberia, pero por un artista griego que pasaba por aquí o alguien que se había formado en los talleres griegos. Parece más el trabajo de un griego que de un íbero». Esta idea está refrendada por ciertos elementos evidentes en el rostro de la Dama, que está datada entre finales del siglo V y el IV a. C.
Una venta a «escondidas»
La venta de la escultura pasó casi desapercibida para la mayoría de la sociedad que, en esos días, quedó conmocionada por el asesinato de Cánovas del Castillo, la guerra de Cuba y el desastre que supuso el año 1898 para España. La Dama de Elche quedó depositada en el departamento de Antigüedades Orientales del Museo del Louvre desde 1897 hasta su regreso a nuestro país el 8 de febrero de 1941 después de arduas y largas deliberaciones que se remontaban a décadas anteriores. La devolución, que estuvo respaldada por círculos intelectuales de ambas naciones, se produjo cuando el Gobierno español consiguió cerrar el trato con Francia, en ese momento bajo dominio alemán. El régimen de Vichy, que necesitaba el respaldo internacional y que creía respaldar la amistad con un aliado próximo con la restitución de estas piezas y de otras más. Permaneció expuesta en el Prado hasta 1971, cuando se decidió integrarla al Arqueológico, donde puede verse de nuevo a partir del martes.
El éxito de las falsificaciones
La aparición de Pompeya disparó el interés de los investigadores y, muy pronto, hábiles artistas que conocían la demanda de piezas arqueológicas procedieron a la falsificación de muchas de ellas. Esta tendencia sucedió en España con la atención que despertaron las piezas procedentes de la cultura ibera. De hecho, el Museo Arqueológico Nacional, junto a la vitrina que contiene las obras extraídas del Cerro de los Santos, expone, como curiosidad, una de esas imitaciones. Se trata de una dama oferente del siglo XIX. Fue una práctica habitual que se denunció muy pronto. Los falsificadores se encargaban de tallar una pieza desde cero o, bien, optaban por retallar antiguas esculturas para ofrecerlas al público. El error que cometían muchos era incluir elementos imposibles para esa época, como símbolos solares y lunares o inscripciones egipcias, lo que facilita su identificación.