Vanguardias para un público antiguo
Por fin se estrenó el esperadísimo último montaje del inclasificable –amado y odiado a partes iguales– Rodrigo García.
Por fin se estrenó el esperadísimo último montaje del inclasificable –amado y odiado a partes iguales– Rodrigo García. Comienza con unos tipos enredados en una especie de tela de araña que se mueven lentamente por el escenario hasta circundar un micrófono de pie por el que, alternativamente, cada uno expresa ideas y pensamientos breves. Luego aparece John McEnroe en una proyección de vídeo dando muestras de su conocido mal carácter y, sobre todo, de su mala educación; eso enlaza –quizá el verbo «enlazar» no sea el más apropiado, pero no conozco ningún otro que describa esta acción– con otra proyección, esta vez del sexo de una mujer, sobre la que uno de los actores, pertrechado de una raqueta de tenis y varias pelotas, descarga sucesivos golpes de drive y de revés. Luego aparecen unos gallos –unos gallos de verdad, tan vivos como usted, lector– que caminan con dificultad sobre el escenario porque tienen colocadas en las patas sendas zapatillas de deporte. Entretanto, un dron con campanillas tubulares sobrevuela el espacio, lo cual es aprovechado por uno de los actores, que se cuelga una guitarra eléctrica y se enfunda una máscara de zorro para ponerse a tocar unos acordes sueltos ensordecedores. Después de un ratito de cierto impacto sensorial, pero carente de una mínima enjundia como para que el espectador en su butaca haga eso tan olvidado hoy en día que se llama «disfrutar» –ya sea por puro y directo regocijo ante el espectáculo, ya por una eficaz provocación que le obligue a pensar luego sobre algo–, la función da un giro y los intérpretes introducen la pesadísima invitación al público para que participe en la... ¿obra? Los que salen –casi todos obligados, claro, aunque no reciban ningún porcentaje del caché de la compañía– bailan algo que, según los actores, es una cumbia; después se sientan todos menos uno, al que deciden enfundar en un saco para hacerle una entrevista. En la entrevista, por supuesto, sale el sexo a colación: te gusta follar así, te gusta follar asá... El entrevistado, un tal Andrés, demuestra por fortuna tener más sensatez que cualquiera en el escenario, salvo los pobres gallos, por supuesto. La función continúa, desde luego; pero mejor no sigo para no desvelar el remolón y anhelado final. En el transcurso se ha colado algún pensamiento interesante, sin duda, y alguna imagen potente; pero... ¿de verdad este teatro desfasadísimo de «pedo, caca, pis y culo» es el teatro moderno y vanguardista al que las instituciones no le prestan la debida atención?
LO MEJOR
Los pobres gallos y el paciente espectador; todos tuvieron que aguantar lo suyo
LO PEOR
¿Alguien cree, a estas alturas, que se puede provocar hablando de sexo descarnado?
«4» **
Autor y director: Rodrigo García.
Intérprete: Gonzalo Cunill, Núria Lloansi, Juan Loriente y Juan Navarro.
Teatros del Canal, Madrid.
Hasta mañana