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Venecia: el día del amor senil

larazon
  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

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Stephen Frears, que ayer recibió el premio Glory to the Filmmaker a toda su carrera, pensó: «¿Qué película podría hacer que le gustara a Donald Trump?». Lo dijo, claro, con ironía, porque «Victoria & Abdul», que ayer se presentaba fuera de concurso en la Mostra, probablemente le pondría el tupé de punta. A él y a la reina Isabel y a Theresa May y a todos los que votaron el Brexit. Porque, en los tiempos que corren, ¿quién puede creerse la amistad que surgió entre la reina Victoria y el hindú musulmán Abdul en pleno apogeo del imperio británico, con la maldición de la «fatwa» lanzada sobre la corona de la monarca? Parece una historia inventada para poner nerviosos a los islamófobos, pero está basada en hechos reales, en parte inspirada en los diarios de Abdul.
Sería útil recordar que Frears se hizo famoso, en el fervor xenófobo de la era Thatcher, por retratar la historia de amor entre un blanco y un pakistaní en «Mi hermosa lavandería». Por mucho que su cine se haya domesticado, y que su condición de cineasta mercurial, que se arrima al sol que más calienta, le haya alejado del realismo sucio de sus filmes de los ochenta, quien tuvo, retuvo. Como en «La reina», trata de desmitificar la monarquía mostrando su trastienda, las intrigas de palacio. Ahora bien, el objetivo principal de «Victoria & Abdul» parece ser darle la vuelta a las convenciones del «heritage drama» que la Thatcher quiso imponer como tendencia en sus años de mandato para cantar las glorias de la identidad británica. Lo hace colocando a un buen musulmán en la corte de la reina Victoria, lo que en sí mismo es una contradicción: por un lado, el truco le sirve para dinamitar los protocolos y la rigidez del aparato monárquico, y liberar al género de su presuntuosa pompa, y por otro, está utilizando un estereotipo degradante y servicial –el criado hindú vivaracho y cordial– para conseguir su objetivo.
Frears nos viene a decir que la reina Victoria –que ya se enamoró de su criado escocés, John Brown, como demuestra «Su majestad Mrs. Brown», también protagonizada por Judi Dench– fue una mujer moderna, y que su actitud se encontraría con las mismas trabas o más en el siglo XXI que a finales del XIX. Cuando, en rueda de prensa, Dench afirmó que la historia de «Victoria & Abdul» tendría la misma fuerza si Abdul fuera de otra raza, religión o nacionalidad, estaba delatando el punto débil de la película: la reina Victoria acepta que Abdul se instale en la corte con su mujer y su suegra cubiertas por un burka no por transgredir las normas, ni tampoco por un desmedido ataque de tolerancia, sino por amor, platónico o maternofilial. Frears no muestra mucho interés en que entendamos los motivos de esa extraña relación, sobre todo por parte de Abdul, aunque la mirada (primero curiosa y halagada; luego inasequible al desaliento) de Judi Dench hace todo el trabajo que el guión prefiere eludir. Y Frears le devuelve el favor con un primer plano y un monólogo que sienta cátedra.
Virzì en América
Era el día del amor senil en la Mostra. En «The Leisure Seeker» –inexplicablemente, a concurso–, Ella y John Spencer emprenden sus últimas vacaciones en caravana para visitar la casa de Hemingway, algo así como un sueño eternamente pospuesto para John, que ahora tiene Alzheimer. Ella no se libra de la enfermedad, un cáncer terminal que la corroe por dentro. La primera aventura americana del italiano Paolo Virzì («El capital humano») pertenece a esa clase de filmes que están encerrados a cal y canto en su sinopsis. No es una «road movie», es un GPS que dicta su hoja de ruta en voz alta. Lo más indignante no es su previsible desarrollo sino su desvergüenza al explotar del modo más rastrero los rasgos más decadentes de la senectud –vómitos, falta de memoria, incontinencia urinaria– para tocar la fibra sensible del espectador, disfrazando esa operación de modestia y canto a la vida.
No es extraño que Virzì confesara su reticencia a rodar en América, porque desaprovecha la fuerza dramática de todos los encuentros que propicia el género. Más allá de las cansinas alusiones a Trump, no muestra interés en el color local, en las gentes que pueblan ese camino hacia la muerte, en el paisaje que los personajes dejan atrás. Virzì se decidió a filmar «The Leisure Seeker», admitió, porque Helen Mirren y Donald Sutherland aceptaron interpretar a la pareja protagonista. Así las cosas, su cámara solo tiene ojos para ellos. Y únicamente la veteranía de ambos actores hace soportable su odisea.