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Viaje al centro de Julio Verne

Excéntrico, hipocondríaco y no demasiado amante de los viajes la biografía que edita Plataforma ahonda, además de en sus obras, en la peculiar personalidad del fantástico autor.
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Excéntrico, hipocondríaco y no demasiado amante de los viajes la biografía que edita Plataforma ahonda, además de en sus obras, en la peculiar personalidad del fantástico autor.
Hace falta decir que Julio Verne es el paradigma mismo de la fantasía dura, que su obra admirable no sólo pretende lograr el efímero triunfo de la perplejidad, sino también las magias más perdurables y hondas de la profecía, el ritual iniciático y la liberación utópica?», se preguntaba Fernando Savater en «La infancia recuperada», libro del año 1976. La reacción ante la pregunta retórica sólo podrá despertar un sentimiento cómplice, pues hoy más que nunca el célebre lema del autor francés –«Todo lo que una persona pueda imaginar, otros podrán hacerlo realidad»– cobra un sentido pleno en esta existencia nuestra tecnificada y globalizada hasta el extremo. Justo cien años antes que el ensayo del filósofo y narrador vasco, Robert Louis Stevenson ya advertía el modo en que los héroes vernianos se adelantaban a la ciencia contemporánea con un lenguaje que convencía a los profanos: «Estas narraciones no son verídicas, pero no acaban de encajar bajo el rótulo de imposibles». A ello añadía: «Sospecho que su base científica es muy endeble; no por ello pongo por un momento en tela de juicio la excelencia de las narraciones». Stevenson, como el gran lector que era, sabía con qué parámetros enjuiciar: «De la naturaleza del hombre es seguro que no sabe nada; y en estos tiempos tan artificiosos produce alivio descubrir a un autor que (...) finge ignorarlo todo sobre los misterios del corazón humano».
Todo un enigma
De continuo, surgen nuevas ediciones y traducciones de sus obras, pero en esta ocasión acaba de aparecer un libro sobre vida en verdad excepcional, por su volumen y belleza: «Julio Verne. Testamento de un excéntrico» (editorial Plataforma), de Rémi Guérin (1979), autor de numerosos cómics y especialista en cine y comunicación, que además cuenta con un prefacio del bisnieto del narrador. Así, Jean Verne llega a hablar de su bisabuelo como de un «enigma», al desconocer en verdad su vida interior y ofrecer de puertas afuera ciertas contradicciones: «Buscó el reconocimiento institucional y de las élites, pero huyó de las mundanidades, las extravagancias y la adulación cortesana. Se encerró en una vida laboriosa lejos de la efervescencia artística parisiense, pero se postuló a la Academia Francesa. Se casó pero rechazó las coerciones de la vida familiar. Dio la vuelta al mundo y al espacio en sus novelas, pero apenas viajó aparte de la navegación por las inmediaciones».
Este Jules, Julio, Verne (Nantes, 1828-Amiens, 1905) paradójico, el niño que había soportado una infancia autoritaria, el adolescente que veía cómo su destino ya había sido forjado por su padre (un importante abogado), el joven tímido que se casaría sin amor con una mujer viuda, surge en este libro consiguiendo cumplir su sueño: hacerse escritor. No de teatro, para el que creó algunas piezas que pasaron sin pena ni gloria pese al apoyo del mayor dramaturgo francés de la época, Alejandro Dumas (hijo), sino de narrativa, de novelas extrañas por su combinación de aventuras e inventos imposibles, de algo que se iba a llamar ciencia-ficción. Sesenta y dos novelas y dieciocho novelas cortas le contemplarán.
De las Leyes a la Luna
Guérin, en paralelo a un enorme número de ilustraciones (mapas, textos manuscritos, fotografías del autor y su familia, reproducciones de cuadros, retratos de personalidades de la época, portadas de libros e instantáneas de lugares y objetos varios) nos lleva a donde nació Verne, en la sección «Cuando Verne solo era Julio» al París donde empezará su andadura literaria. Y es que, en efecto, a los veinte años todos sus esquemas vitales iba a cambiar al trasladarse a la capital por orden de su estricto padre con el propósito de estudiar Leyes. Pero el ruido, la bohemia, los ambientes intelectuales de la capital le deslumbran, y acaba prefiriendo una existencia miserable en una buhardilla dedicándose a escribir operetas que a la hipocresía de recibir dinero desde casa para consagrarse a la universidad. Sus verdaderas lecciones acontecen de forma autodidacta, sentado en la Biblioteca Nacional, leyendo libros sobre química, botánica, geología, oceanografía, astronomía, matemáticas... En definitiva se interesa por las disciplinas científicas; las asimila como son, pero, sobre todo, desde el punto de vista de hacia dónde pueden encaminarse.
He ahí la clave: las posibilidades reales de lo que aportará en el futuro el estudio de la mecánica o la física y que conoce gracias a la suscripción a varias revistas. Conociendo las últimas teorías sobre los avances técnicos, y haciendo volar una imaginación que tenía reprimida en su hogar familiar, Verne escribe el primero de sus «Viajes extraordinarios», «Cinco semanas en globo» (1862), las hazañas del doctor Samuel Fergusson, inventor de un globo con el que cruzará África con dos compañeros igualmente ávidos de curiosidad. La novela tendrá un éxito inmediato, y con ella dará comienzo un género hasta el momento inexistente en Francia: el relato de entretenimiento dirigido exclusivamente a la juventud. Guérin aporta extractos de una carta de Verne a unos amigos en que decía que acababa de escribir «una novela de una nueva manera». Había encontrado su voz narrativa, que se haría inmortal.

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