"In Water": Hong Sang-soo se desenfoca para centrarse en sí mismo
El aclamado director coreano estrena «In Water», experimento de una hora rodado con los personajes fuera de foco y prescindiendo de cualquier ornamento
Madrid Creada:
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Camina siempre con las manos detrás de la espalda, convoca a sus actores por una cuestión más cercana a las filias y las fobias que a la capacidad interpretativa, y les sirve los guiones cada día con el desayuno. Es raro y es bueno, y es consciente de ambas cosas. Resulta innegable que Hong Sang-soo, en todo su esplendor productivo y a sus 63 años, es uno de los directores más prolíficos de nuestra era: no en vano, en agosto del año pasado estrenaba en nuestro país la estupenda «En lo alto», tras pasar por San Sebastián con ella, hace apenas unos días hacía lo propio con la reflexiva «Nuestro día» y hoy repite con un experimento fílmico llamado «In Water». Pero no queda ahí la cosa, puesto que en Berlín se volvió a reunir con su querida Isabelle Huppert para estrenar «A Traveler’s Needs» (que también llegará pronto a las salas) y acaba de terminar de rodar un nuevo filme junto a Kwon Hae-hyo, su actor fetiche. Hong Sang-soo no para.
Por eso, al enfrentarnos a una película como «In Water», probeta de una hora larga cuya mayoría de planos están desenfocados y quemados de pura exposición al sol, resulta un ejercicio tan extraño. Enemigo declarado de la forma, llegando a rodar muchas de sus habituales conversaciones con cámaras digitales y dejándose imbuir por el molesto zoom digital a trompicones, Sang-soo abraza aquí un truco que es mitad provocación y mitad ensayo: su filme, de nuevo alejado de lo que venía haciendo hasta ahora, deja de interesarse por las vicisitudes de un microcosmos tangible de personas y personajes, para centrarse en el esbozo de una trinidad de muchachos cineastas que apenas roza lo anecdótico. El trío protagonista, conato de polígono amoroso, está aquí compuesto por Shin Seok-ho, Ha Seong-guk y Kim Seung-yun, aunque al director le interesa poco el quién y mucho más el cómo. Allá donde en la lúcida «En lo alto» la cuestión romántica era central para sus personajes, aquí se convierte en anecdótica, pasajera y hasta impostada, como la propia pasión de los chavales por el cine. «In Water», al final, es como una reflexión del propio realizador coreano sobre la ligereza adscrita a la juventud.
«No preparo las películas con más de un mes de antelación. Lo primero que hago es buscar la localización y los actores. Y todo es de oídas. Lugares de los que me han hablado maravillas e intérpretes de los que tengo buenas referencias, de gente en la que confío», explicaba hace unos meses Sang-soo en una charla en el Lincoln Center de Nueva York, a la sazón, de «In Water». Y es que el último filme del realizador en llegar a nuestras carteleras no viene sino a confirmar que cada vez entiende más el cine como proceso, como la grabación de una idea veloz que solo comienza a atrapar una vez se encuentra ya en la sala de montaje. La propia presencia del cine en las historias, de hecho, como elemento totémico que sí da forma a toda su filmografía, es lo que eleva al cine del coreano desde la mera provocación a tesis más propias del arte contemporáneo, lindando con el cuestionamiento mismo de los formatos estandarizados. ¿Importa ver «In Water» en una sala gigante o en un móvil? No demasiado, y Sang-soo parece estar en paz con ello.
Pero más allá del desenfoque, de la desidia «teen» y de todo lo que parece convertir «In Water» en una gran broma, acaso tomadura de pelo, hay en el fondo una cuestión más insidiosa y cercana al onanismo un tanto misógino con el que viene flirteando desde hace unas películas. Sus mujeres, siempre jóvenes y siempre inocentes o histriónicas de más comparadas con sus congéneres masculinos, cada vez parecen más un esbozo, más el molde de un personaje, su carcasa misma sin enjundia. Lo fácil sería apreciar que ese onanismo compadril de Sang-soo le ha podido dejar ciego en este filme, pero hay algo de reflexivo en su naturaleza, siempre algo escondido entre líneas en sus películas, que nos invita a la esperanza, a creer que todo está escrito desde el humor más sincero posible.
La prueba, aquí clavo ardiendo al que agarrarse para seguir respetándole como «pope» del cine más festivalero, pasa por una conversación tan trivial que uno como espectador hasta puede pasarla por alto: cuando vayan a verla, estén atentos a todo lo que se diga sobre el taekwondo.
Desenfocado para centrarse en sí mismo, Hong Sang-soo termina construyendo en «In Water» su película más despreocupadamente irónica, por momentos casi parodia de lo que venía haciendo hasta ahora. Sin embargo, la brillantez de tomarse en serio a sí mismo sigue haciendo acto de presencia, alejándole de lo cínico cuando sus protagonistas por fin se deciden a hacer ese mismo cine con el que se quiere casar la película.
Si antes decíamos que al filme le interesa bailar con lo liviano, con lo olvidable de la juventud, el proceso del mismo la acaba emparejando con la posteridad con la que el propio cine como disciplina se ha acabado desarrollando, epatando en un sonoro: ¿quién verá nuestras películas cuando no las veamos nosotros?