Fútbol
Chimy Ávila, el regreso del futbolista que iba a caballo a los entrenamientos
El delantero de Osasuna volvió a jugar después de dos roturas de ligamento cruzado y 434 días de recuperación. “Nunca dejé de ser futbolista, sólo me tomé un descanso”, dice
En el barrio de Rosario en el que creció Luis Ezequiel Ávila casi todo es más peligroso que una rotura de ligamentos. En Empalme Graneros, muy cerca del aeropuerto internacional Islas Malvinas, el ambiente no es el ideal y resulta más sencillo acabar en la delincuencia que jugando al fútbol. El Chimy cuenta que iba a los entrenamientos montado a caballo y, como en otros muchos casos, fue el deporte el que le permitió salir de allí. Aquellos inicios explican la forma de jugar del delantero de Osasuna, que disputa cada pelota como si fuera la última y sin pensar en si habrá una más. Presionando en un partido ante el Levante se reventó el ligamento cruzado de la rodilla izquierda. Fue el 24 de enero de 2020 cuando añadió una nueva cicatriz a su cuerpo, que se reprodujo en la otra rodilla el 9 de septiembre, durante un entrenamiento. Otra vez a volver a empezar en ese túnel en el que cuesta ver la luz de nuevo y del que ha salido 434 días después.
Su regreso se produjo el sábado, cuando Arrasate le dio los últimos 13 minutos del partido ante el Getafe y el Chimy retomó su lucha donde la había dejado cuando su rodilla dijo basta. Corrió, se desmarcó y peleó, aunque todavía le falte mucho para ser el futbolista decisivo que era antes de lesionarse. Se había hecho un nombre en la Liga española y los rumores apuntaban a que algún equipo con más aspiraciones que evitar el descenso se había fijado en él. Llegó a España desde San Lorenzo avalado por Leo Franco, con el que había jugado en el Nuevo Gasómetro y que le ofreció la posibilidad de venir a Europa.
Hizo siete goles para ayudar al ascenso del Huesca a Primera, aunque con Rubi, el entrenador entonces, no hubo amor a primera vista. Necesitó adaptarse y darse cuenta de que aquello no era el barrio ni hacía falta tanta rabia para jugar. Era necesario un punto de pausa para dejar aflorar su dinamita. Ya en la Liga Santander hizo 10 goles en 36 partidos y se convirtió en ídolo de El Alcoraz, que hizo una canción sólo para su delantero.
Nada ha sido fácil en la vida del Chimy, que lleva el cuerpo lleno de tatuajes. A su madre la lleva en forma de guerrera, porque es lo que fue para él cuando se separó y tuvo que sacar adelante a una familia numerosa. En los momentos en los que dudó del fútbol trabajó de albañil y también tuvo que rezar mucho cuando una de sus hijas, Luneila, nació con una afección respiratoria. Se hizo muy creyente y no tiene ninguna duda de que sus ruegos al altísimo ayudaron a que la niña se pusiera bien.
Su mujer tenía miedo a volar y no quería venir a España, algo que el Chimy no iba a poder soportar, así que pidió permiso y se fue a buscarla. Le dio una pastilla y casi sedada la trajo a Huesca. Ella ha sido una de las personas que ha estado al lado del delantero en esta larga recuperación que por fin ha terminado. «Nunca dejé de ser futbolista, solamente me tomé un descanso», decía en Movistar nada más terminar el partido de su regreso. «Gracias al apoyo de la familia, del club y de las aficiones de otros equipos, que me mandaron ánimos, pudimos sacarlo adelante», explicaba.
«Hay que saber llevarlo, no hay que darse por vencido. Es difícil cuando sientes que todo se apaga, pero hay que lucharla día a día. Al final siempre se enciende la luz», añadía el Chimy, que echó de menos a la afición de Osasuna en las gradas. «Me hubiese gustado regresar con El Sadar lleno, con las voces de la gente que nos ponen la piel de gallina. Sé que los hinchas al otro lado del televisor se pusieron contentos, igual que mi familia en Argentina y los que me vieron recuperarme día a día».
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