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Opinión

Piqué o cuando el personaje antipático no debe eclipsar al gran jugador

La historia absolverá a Piqué por las malas campañas recientes y por su capitanía tóxica para honrar a uno de los mejores futbolistas que jamás ha dado Cataluña

Piqué, en uno de sus últimos partidos con el Barça
Piqué, en uno de sus últimos partidos con el BarçaAlejandro GarcíaAgencia EFE

Los grandes personajes tienen también grandes odiadores y hoy, en la hora de su retirada, es el día propicio para que quienes no aprecian (apreciamos) en absoluto al Gerard Piqué personaje se contengan en la loa, merecidísima hasta la misma frontera del ditirambo, del Gerard Piqué futbolista. No me pillarán en semejante trance, a pesar de la profunda antipatía que suscita el principal responsable de la muerte por vulgarización de la Copa Davis, una de las competiciones más legendarias y genuinas del calendario deportivo mundial hasta que él y sus socios japoneses la convirtieron en un torneo más, una de esas exhibiciones comerciales que se organizan en el verano austral como pretemporada y aperitivo del Grand Slam de Melbourne.

La afición al tenis añejo, hijos putativos de Juan José Castillo, jamás le perdonará (perdonaremos) a Piqué este asesinato alevoso de la Davis como la media España merengue nunca tragará su barcelonismo de querencia soberanista ni los fans de Shakira olvidarán el cutre desenlace de su matrimonio, un vodevil de papel cuché salpimentado con cuernos, o cualquier ciudadano decente alucinará con el desvergonzado trinque al alimón con su amigo Rubi. Todo esto puede reprochársele a Piqué e incluso el puro hincha futbolero, si es que alguno se mantiene incólume a la degradación del periodismo deportivo con debates de cualquier índole, aún le reprochará la mano que sacó a pasear en el octavo de final del Mundial de Rusia, regalando el empate a la selección anfitriona el día de la eliminación de España.

Porque Piqué ha cometido muchos errores en su vida, claro, muchos de ellos en el terreno de juego con alto coste para su equipo, como su cantada con motivo del empate del Inter en el Camp Nou el día en el que el Barcelona quedó virtualmente eliminado de la Champions. Por encima de los fallos, intrínsecos a la condición humana, quedará la estela de un futbolista soberbio, protagonista estelar de la gran epopeya de la selección española (2008-2012) y de la eclosión de aquel Barcelona mítico del sextete.

Los partidarios de Antonio Ordóñez zanjan las discusiones sobre el GOAT de la tauromaquia con un argumento blasfemo: «Ni Dios ha toreado mejor que él». Pues, y que coma ajos quien se pique, ni Dios ha jugado al fútbol mejor que aquel Barça. Y en aquel Barça una de las piezas decisivas era Piqué.

Se podrá decir que Leo Messi, faltaría más, fue el factor determinante de aquel equipo y se podrá afirmar que su íntimo enemigo Sergio Ramos, otro genio del balón que suscita pocas simpatías fuera del terreno de juego, era la piedra angular de la formidable defensa de España. Dos verdades que no restan ni un ápice de mérito a la ejecutoria de un central enorme, descomunal, de un defensor con alma de mediocentro que convirtió la salida de balón jugado en una de las bellas artes.

A muchos grandes deportistas le sobraron meses e incluso años de carrera. Hasta el Michael Jordan del «último baile» triunfante se empequeñeció con un regreso fallido con los Washington Wizards, así que la historia absolverá a Gerard Piqué por las malas campañas recientes y por su capitanía tóxica para honrar a uno de los mejores futbolistas que jamás ha dado Cataluña. Y que ha dado, mal que le pese, esa España a la que representó con orgullo en 102 ocasiones.