
Tour de Francia 2025
Pogacar, como un comecocos en la cronoescalada de Peyragoudes
El esloveno devora todo lo que tiene por delante en la cronoescalada. Hoy le espera una etapa clásica de Pirineos con el Tourmalet, el Aspin, el Peyresourde y final en Superbagneres

Un telegrama y una mentira llevaron el Tour hasta el Tourmalet en 1910. Las comunicaciones eran rudimentarias y el Tourmalet, una trampa de nieve impracticable para las bicicletas. Pero eso no importó a Alphonse Steinés, periodista y enviado especial de Henry Desgrange, patrón del Tour de Francia y de «L’Auto», el diario precursor de «L’Equipe» que fundó la carrera.
Steinés convenció a Desgrange de que había que entrar en los Pirineos por el Aubisque y por el Tourmalet. No fue fácil domar el Aubisque, pero Steinés lo hizo con atrevimiento y sin dudar. Quedaba el Tourmalet, pero necesitaba un «sherpa», un conductor local que dimitió al encontrarse con las primeras planchas de hielo.
No había problema para Steinés, que decidió continuar a pie y pidió al chófer que lo esperara al otro lado de la montaña. Fácil de explicar, pero imposible de hacer. Al periodista de «L’Auto» le cercaban la noche y la nieve, montañas blancas que se levantaban cuatro metros de alto sobre la montaña de tierra.
Avanzó aquel enviado del Tour hasta perder la orientación. Imposible saber dónde estaba en un terreno que había ocultado todas las guías. Un pastor de ovejas fue su primera esperanza, pero no pudo convencerlo de que lo guiara hasta el otro lado de la montaña. La prioridad de Steinés era llevar el Tour hasta el Tourmalet; la del pastor, sus animales. No había punto de encuentro y el periodista tuvo que continuar en solitario su aventura.
Cayó por un barranco sin sufrir grandes daños además de los que ya padecía, el hambre y el frío. Y en su deambular hacia ningún sitio encontró su segunda esperanza, un mojón que indicaba un punto kilométrico. Se había encontrado con la civilización al amanecer. Caminó hasta el pueblo y aporreó una puerta. Todo el mundo sabía quién era porque todo el mundo lo estaba buscando.
Con el estómago lleno y el cuerpo reparado, se acercó a la oficina de telégrafos para transmitir una mentira que cambió el Tour. «Perfectamente practicable», dijo en el telegrama enviado a Desgrange. Así comenzó la leyenda del Tourmalet.
Esa montaña ya no es un terreno sólo aprovechable para el paso del ganado. Domesticado por el asfalto y por los ciclistas –los primeros los de aquella edición de 1910– se ha convertido en una leyenda de la carrera por la que tendrán que transitar este sábado los ciclistas de 2025.
Lo subirán al revés que Steinés, de Bareges, el lugar donde se reencontró con la civilización, a Saint-Marie de Campan, el pueblo donde reclutó al sherpa que lo abandonó al encontrarse con el hielo. Después llegarán el Aspin, el Peyresourde y Superbagneres, un final fuera de categoría.
Ascensiones pirenaicas convertidas en clásicos del Tour. Una etapa de las de siempre que transcurre por carreteras cercanas a las que atravesó el Tour para demostrar, una vez más, que Pogacar no es de este mundo. El ciclista esloveno arrasó en la cronoescalada que llevaba hasta Peyragudes, una estación de montaña que no es más que una prolongación del Peyresourde. Allí ganó Alejandro Valverde la primera vez que lo visitó el Tour en 2012. Allí llegó la Vuelta un año después con una niebla que amenazaba con devorar a los rezagados.
Así llegó Pogacar a la meta, devorando todo lo que tenía por delante, dejando en nada la exhibición de Vingegaard, que entró unos instantes antes que él. Llegaba tocado el danés de Hautacam, incapaz de competir con el esloveno. Y de repente, con una bici de contrarreloj adaptada para la montaña y un casco con la bandera de Dinamarca, se disponía a recuperar la ilusión. Cuando entraba en el último kilómetro alcanzó a ver la silueta de Remco Evenepoel, el tercer hombre de este Tour. Un especialista contra el crono al que se le atragantó la subida. No andaba el belga y Vingegaard encontró un aliciente para los últimos metros. Lo dobló y se permitió superar a Roglic y ser el primer corredor capaz de bajar de los 24 minutos en la etapa.
La sonrisa le duró poco, lo que tardó en aparecer Pogacar con el contador en verde en el cronometraje oficial, descontando segundos, pero siempre por debajo del tiempo del danés. 36 segundos mejoró su tiempo; cuatro minutos y siete segundos ya en la general; 7:24 por delante de Evenepoel. Pogacar llegaba por detrás como un comecocos, engullendo segundos y ciclistas.
✕
Accede a tu cuenta para comentar