Atlético de Madrid
El legado familiar
De Otto Gloria, a Simeone; de Luis Aragonés, a Fernando Torres; de octubre de 1966, a mayo de 2017. Vivencias de un Vicente Calderón que ayer puso el broche de oro a 51 años de historias en rojiblanco, de historias en blanco y negro, de historias en color, las que no se quisieron perder los aficionados en la despedida de un estadio donde las alegrías, el sufrimiento y hasta la desesperación se han juntado para hacer del Atlético, con perdón, un club con una idiosincrasia especial.
Y desde la atalaya del palco de Prensa uno mira al estadio, repleto, y recuerda que aquella fría mañana de octubre el Calderón estaba sin acabar, había obras, cemento y dudas en la nueva travesía que emprendía el Atlético bajo el manto de Vicente Calderón, un presidente para la historia. Ese día yo no fui con mi papá de la mano, como recita Sabina. Él ya estaba en otra altura comprobando cómo la herencia familiar mantenía el legado que él abrazó en 1934, cuando desde su Segovia natal aterrizó en el otro Metropolitano, el de Cuatro Caminos.
La familia respetó sus sentimientos y en el Calderón uno aprendió a ver fútbol, a escuchar a Luis Aragonés, a querer a Carlos Peña y a comprobar cómo los goles de Gárate, Leivinha o Ayala eran distintos. Ver correr a Adelardo o Irureta, pensar que el amigo Arteche daba alguna patada de más, son recuerdos que se acumulan en el pasado y en el presente. Aquí, en la ribera del Manzanares, uno vio jugar a Pelé en el homenaje a Rivilla, cómo Luis marcaba tres goles al Cagliari y cómo Esnaider fallaba un penalti ante el Ajax cuando el «Radomir te quiero» era la canción de moda.
Alegrías, sinsabores, peleas con los ultras en la etapa negra de Jesús Gil y Gil. Todo se agolpa y todo vale en una tarde en la que el Atlético derrotó a su progenitor y en la que hubo recuerdos imborrables, tantos que en cincuenta años el club ya tiene un equipo femenino que es campeón de Liga. Quién lo iba a pensar aquel dichoso octubre. Pasado, presente y futuro.
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