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El mejor poeta del año

Young-Gwon Kim y su gol a Alemania se ajustan a la síntesis del fútbol que hizo el «tifosi» Pier Pasolo Pasolini: «El goleador es siempre el mejor poeta del año».

Corea derrotó a Alemania y dejó a los germanos como colistas del Grupo F. Young-Gwon Kim marcó el primer gol de los asiáticos
Corea derrotó a Alemania y dejó a los germanos como colistas del Grupo F. Young-Gwon Kim marcó el primer gol de los asiáticoslarazon

Young-Gwon Kim y su gol a Alemania se ajustan a la síntesis del fútbol que hizo el «tifosi» Pier Pasolo Pasolini: «El goleador es siempre el mejor poeta del año».

Pier Paolo Pasolini (1922-1975), el escritor y cineasta asesinado en circunstancias nunca aclaradas, era también un forofo del Bolonia, un «tifosi», que hizo su propia síntesis del fútbol: «El goleador es siempre el mejor poeta del año». Marco Rojo, el defensa que, cinco minutos antes de final del partido y de una previsible tragedia austral, marcó el gol a Nigeria que clasificaba a Argentina para la siguiente ronda, será hasta la próxima hazaña heroica el mejor poeta del instante. No está solo en el Olimpo mundialista, porque el brasileiro Coutinho o Iago Aspas, con goles igualmente agónicos, también merecen compartir el título de «mejor poeta del año», por lo menos hasta el siguiente partido, porque hay glorias efímeras, aunque ninguno como el coreano Young-Gwon Kim, porque su tanto del 1-0 a Alemania, añade toda la poesía de lo inútil y estéril. Sin embargo, si Argentina, Brasil o España llegan a ganar el Mundial, esos goles y esos poetas del balón serán eternos. Sobre todo en Argentina o, en su caso, en Brasil, porque el fútbol, aunque despierta pasiones en todo el mundo, en Latinoamérica alcanza otra dimensión, incluso de «religión laica», que tanto interesaba a Manuel Vázquez Montalbán «porque es benévola y ha hecho muy poco daño».

El sesudo e influyente semanario británico «The Economist» entiende que el fútbol es una vía de redención para Latinoamérica, mientras destaca –siempre aflora su vocación económica– que según la FIFA, después de Rusia, cinco de los seis países que más entradas compraron con anticipación para los partidos eran latinoamericanos: Brasil (73.000), Colombia (65.000), México (60.000) Argentina (54.000) y Perú (44.000). Y por delante de ellos, solo Estados Unidos (89.000), con la sospecha fundada de que muchos de esos norteamericanos son de origen latino. A todos, habría que añadir los inmigrantes que viven en países europeos. «The Economist» ha desarrollado una teoría para explicar el fenómeno. Es discutible, como todas, pero atractiva. El fútbol es una de las pocas cosas en las que América Latina puede presumir de liderazgo mundial. Brasil, Argentina y Uruguay han ganado 9 de los 20 Mundiales disputados. Algunos de los mejores jugadores del mundo son sudamericanos, pueden considerarse como una de las principales exportaciones de sus países y triunfan en Europa. Y no es un hecho aislado, ocurre desde hace más de medio siglo. Además, según la teoría de «The Economist», el fútbol comparte dos características «que se ajustan como un guante» a la cultura latinoamericana. Es una fiesta pública compartida en una zona donde la fiesta es algo primordial y también es una pasión, en el sentido original de la palabra de sufrimiento religioso. Por último, el fútbol, en este caso como en el resto del mundo –y este campeonato lo hace todavía más evidente– es una de las vías más palpables de movilidad social ascendente y, por lo tanto, tiene un importante impulso tan democratizador como globalizador, en el que la evidente mezcla racial en los equipos nacionales –sobre todo latinoamericanos y europeos– incluso puede ser una fotografía más fiel de un país que la que se obtenga al observar a las élites políticas, sociales o empresariales. Y si queda alguna duda de la importancia para Sudamérica, Mario Benedetti, para quien un estadio de fútbol vacío es un esqueleto de multitud, ya lo dejó claro: «gracias al fútbol, a los uruguayos nos conocieron en el mundo», en ese mundo en que el goleador es siempre el mejor poeta del año.

España ha tenido, por ahora, dos, Diego Costa –brasileño de origen– y Aspas, más racial, pero se aceptan más, incluido algún poeta solitario, que era como definía al portero el alemán Günter Grass, autor de «El tambor de hojalata», premio Nobel de Literatura e hincha del modesto Friburgo y de su selección, que incluso hizo la temeridad de leer poemas en un estadio ante 25.000 espectadores. Ahora, España pendiente de Rusia y del mejor poeta del año, el que sea, no importa quién, aunque el gran verso inolvidable de este Mundial –que cambiará la historia del fútbol– lo escribió un coreano llamado Young-Gwon Kim.