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Opinión

Gento y los Gento

Con él ha desaparecido una manera inigualable e irrepetible de ver, sentir e interpretar el fútbol. Su Madrid era una hermandad

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De Paco Gento siempre valoraré su austeridad material, nada que ver con los jugadores de nuestro tiempo con sus Lamborghini, sus Bugatti, sus Rolls, sus chóferes, sus guardaespaldas, sus pendientes de 100.000 euros y sus relojes de 300.000 a cuestas. Y también su austeridad gestual y verbal. Sin olvidar una bonhomía y una decencia personal que le convertían en el último mohicano de una saga de jugadores, la de ese Real Madrid de Don Santiago Bernabéu que ganó más copas de Europa y ligas que nadie. La de ese plantel merengue al que “The Times” bautizó como “Los Vikingos” porque “se paseaban por Europa arrasando todo lo que pillaban a su paso”.

Con La Galerna del Cantábrico desaparece una forma de ver, sentir e interpretar el fútbol inigualable e irrepetible. La de los currantes que sentían los colores de verdad porque no eran unos mercenarios de tres al cuarto, la de los deportistas que transmitían valores con su comportamiento dentro y fuera del campo, la de esos estajanovistas que hacían del sacrificio una religión y del juego una diversión, la de unos profesionales como la copa de un pino que no salían y se cuidaban más por respeto al colectivo que a sí mismos. Tipos a los que había que matar para que se perdieran una eliminatoria o un partido decisivo porque su umbral del dolor era altísimo, en las antípodas de esos peloteros de ahora que muchas veces se quejan de lesiones que los médicos no encuentran por ninguna parte. Gente como el santanderino de Guarnizo, como mi añorado Alfredo Di Stéfano, como el nunca del todo bien ponderado Ferenc Puskás, como ese auténtico gentleman que era Raymond Kopa, como Rial, como Marquitos -padre y abuelo de los dos Marcos Alonso-, como Pachín, como Zárraga, como Santisteban o como ese Pepe Santamaría al que me encuentro los domingos en el Bernabéu. Personajes que escondían sus desmesurados egos, los propios de futbolistas que lo ganaban todo, en aras de un bien superior: el grupo. El que para mí es el mejor equipo de la historia operaba como una auténtica hermandad. Pero así como Di Stéfano era un tipo al que le gustaba mandar, la popularidad, el protagonismo en definitiva, y se le notaba, nuestro protagonista siempre intentó pasar desapercibido por personalidad y porque se fio de los consejos que le daba el presidente. “Ante todo, Gento, humildad, mucha humildad”, le aconsejaba Don Santiago. Se dedicaba a jugar, a dejar sentados rivales con una facilidad pasmosa y a acumular títulos sin parar. Y luego se refugiaba en su hogar a tres manzanas del Bernabéu con el amor de su vida: Mari Luz.

Nadie, ni Di Stéfano, Cruyff, Van Basten, Maldini, Cristiano o Messi, ha conquistado tantas copas de Europa como él: seis. Un récord que no creo que se supere en este siglo, bueno, ni en éste, ni en el siguiente, ni nunca. Tanto porque la competitividad es ahora mayor como porque el de Guarnizo es un deportista irrepetible. Buena parte de la culpa de su éxito era su velocidad, dicen que corría los 100 metros en 11 segundos, un verdadero milagro para alguien que carecía de una gran zancada porque no llegaba a los 1,70 metros de altura. Desde ese cielo en el que habrá entrado sin necesidad de pasar por el purgatorio seguro que se mostrará satisfecho no sólo por lo que hizo en vida sino también por haber puesto la semillita de la que seguramente es la más prolífica saga del deporte mundial. Los hijos de su hermana María Antonia han sido futbolistas y baloncestistas de renombre. Aunque fue un visto y no visto, Paco Llorente Gento triunfó en el Real Madrid de La Quinta del Buitre a raíz de aquellas dos bicis que ejecutó en los dos goles de esa victoria milagrosa frente al Oporto en Das Antas; su hijo Marcos, a su vez nietísimo por parte materna de Grosso, es una estrella en el Atlético de Madrid e internacional; su hermano Julio jugó en varios equipos de Primera, entre ellos el mismísimo Real Madrid; José Luis, Joe, Llorente se convirtió en una miniestrella del primer equipo de baloncesto de la Casa Blanca; y Antonio, Toñín, Llorente pasó por varios equipos de la ACB y ahora es un triatleta al que de cuando en cuando me encuentro entrenando compulsivamente en el club del que somos socios. Suma y sigue: dos vástagos de Joe son profesionales del basket. Paco Gento se nos ha ido pero no del todo porque su leyenda permanece indeleble, una leyenda que lo convierte en un gigante inmortal. Gigante en lo deportivo, gigante en lo moral y gigante como ejemplo para esas generaciones que no tuvimos la suerte de ver en directo al Real Madrid de ese ser superlativo que fue Santiago Bernabéu de Yeste. Eran otra historia.