Sevilla
Salva Ballesta, ¡manda carallo!
El complejo de siempre; por Lucas Haurie
La negativa del Celta a contratar a Salva encierra enseñanzas para la problemática que se avecina: el secuestro de los clubes por parte de los ultras.
La negativa del Celta a contratar a Salva Ballesta encierra algunas enseñanzas para quienes estén interesados en la problemática que se le viene al fútbol español: el secuestro de los clubes por parte de los ultras. En Argentina, toda dirigencia está infiltrada por estos grupos que acaparan privilegios y desarrollan negocios con la aquiescencia de unos presidentes que los usan como guardia del corps. Una discusión de enamorados entre Del Nido y los radicales del Sevilla ha desnudado la verdad de su relación: «Nos daban entradas y nos financiaban viajes a cambio de que les diéramos algún susto a ciertos periodistas incómodos», ha llegado a confesar un portavoz de los Biris. En Vigo, los Celtarras han vetado a Salva y Mouriño se la ha envainado.
En segundo término, subyace la característica esencial de la proyección pública de la política en España desde la Transición: la hiperlegitimidad de una izquierda que rechaza el valor democrático de los discrepantes, por un lado, y de los símbolos nacionales, por otro. Salva Ballesta es un fascista execrable sólo por proclamarse orgulloso de su españolidad. Si hasta se ha plegado a utilizar el idioma del enemigo para proclamarse «apolítico» por miedo a reconocer sus convicciones derechistas... Entendemos a Schopenhauer cuando define al patriota como un imbécil feliz por haber nacido en un sitio por casualidad, pero el exabrupto universalista debería aplicarse igual, quizás con más motivo, al Guardiola que musitaba Els Segadors mientras sonaba la Marcha Real en los partidos internacionales que le tocó jugar. ¿Es más noble el amor a la Catalunya Lliure que el que sienten por sus respectivas naciones los portugueses o los suecos? Pues parece que sí.
El efecto bumerán; por María José Navarro
Si para Oleguer pidió el mismo respeto que se le tiene a una caca de perro por sus opiniones, que no le extrañe que le estén esperando.
Igual alguno de Vds. recuerda aquel verano de 1995. En España, dos aficiones se echaban a la calle para impedir que, aunque sus clubes hubieran incumplido la legalidad vigente, sus equipos descendieran a Segunda División. Las autoridades deportivas, acoquinadas en el rincón por los seguidores del Celta y del Sevilla, decidieron montar una Liga de 22 equipos, saltándose la norma. Tanto se la saltaron que permitieron que Valladolid y Albacete vieran peligrar lo que les correspondía por derecho. Asombrarse ahora de que en el equipo de Vigo tengan mando en plaza aquellos que dejaron sin efecto una ley es de gente muy ingenua.
En las sociedades anónimas deportivas se estila usar a la masa, hasta que la masa se revuelve y el palco de turno se da cuenta de que les debe una y que van a ser un montón a partir de ese instante. Ése es el problema del Celta, lo que no quita que Salva Ballesta tenga los suyos propios. Salva, que pasó por el Atleti y el Albacete (mi equipo del alma y el de mi pueblo), no ha dejado huella alguna en ninguno de los dos escudos. Futbolísticamente, nada. Eso sí, lo que se supo de Salva, lo que supo todo el mundo todo el rato de Salva, era cualquier cosa menos las que se referían al balompié. No me alegro de lo sucedido al ahora entrenador (como tampoco me alegro de que Abel Resino, el nuevo entrenador del Celta, haya vendido su lealtad a las primeras de cambio), pero si para Oleguer Presas pidió en su momento el mismo respeto que se le tiene a una caca de perro por sus opiniones políticas, que no le extrañe que los contrarios le estén esperando para aplicar la misma medicina. Una pena todo.
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