El oro de Carapaz
Odio eterno al ciclismo moderno
Sin pinganillos y con equipos de cinco vivimos un carrerón, un espectáculo soberbio y épico que acabó con el oro de Carapaz
El primer podio de los Juegos Olímpicos es como el anuncio que se emite justo después de las campanadas de Año Nuevo: gloria efímera e inútil. La sonrisa de la niña Adriana alegró la mañana del sábado sin que sus lágrimas la amargasen porque eran de rabia, perdonable rabieta infantil, y no de pena. «Estoy harto de ver a chavales llorando por perder un partido», lamentó Luis Enrique tras caer en la Eurocopa. La verdad es la verdad, la diga Agamenón o el seleccionador nacional de fútbol. La plata de Cerezo, tan meritoria, será sepultada por la veintena aproximada que vendrá detrás, incluida media docena de oros.
Arte marcial coreano, Samaranch sénior incluyó al taekwondo en el programa olímpico en atención a sus amigos de ojos rasgados. Se agregó con todos sus avíos en Sídney 2000 y, con la de ayer, le ha dado a España siete medallas en seis ediciones. En Tokio pueden caer un par de ellas más. Las que se colgó Coral Bistuer, pionera (sin seguidores) en convertir este deporte de combate en mainstream, no se computan por haber sido disciplina de exhibición en Seúl y Barcelona. También litiga el COE por la consideración de otra presea inaugural, la plata que ganó en tiro de pichón Pedro Pidal, Marqués de Villaviciosa, en París 1900. Un mal día, a comienzos de este siglo, salió de las estadísticas oficiales del COI sin mayor explicación cuando desde siempre se había considerado la primera medalla de España en los Juegos.
La carabina de aire comprimido femenina, precisamente, deparó el primer podio de los Juegos, como viene sucediendo desde hace algunas ediciones. Proporciona el tiro 45 medallas –una quincena de eventos– y es uno de los deportes sobredimensionados cuyo peso en el programa convendrá revisar. Quede para la anécdota que fue el himno chino el primero que sonó en Tokio, la capital del enemigo secular, y que secundaron a la primera campeona, Yang Qian, la rusa Anastasia Galashina y la suiza Nina Christen.
Entre Roma 60 y Barcelona 92, el medallero se abrió con la contrarreloj por equipos de cien kilómetros en ruta, una auténtica brutalidad que disputaban corredores amateurs y en cuyo palmarés figuraron futuras estrellas como Joop Zoetemelk, Marco Giovanetti o Zenon Jaskula, entre otros. También se disputó en la posguerra mundial una carrera por escuadras de fondo, en la que subieron al podio los legendarios Jacques Anquetil y Rick Van Looy. La costumbre de programar el ciclismo en la primera semana persiste desde Atlanta 96, cuando se permitió participar a los profesionales por lo que, cada cuatro años, hay que adaptar el calendario del sacrosanto Tour según cuándo se disputen los Juegos.
Los tres primeros clasificados se subieron hace una semana al podio de los Campos Elíseos, como vencedor, tercero y ganador de las dos últimas etapas, a la salud de esas preparaciones milimetradas tan en boga. Sin pinganillos y con equipos de cinco que impedían el control de la prueba, vivimos un carrerón, un espectáculo soberbio y épico... cualquier parecido con el ciclismo robotizado que padecemos hoy es pura coincidencia. La cosa siempre ha consistido en subirse a la bici y pedalear como un condenado hasta que revienten los rivales, no se entiende por qué demonios la han complicado tanto hasta convertirla en un genuino coñazo.
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