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Las lágrimas son de plata y el bronce monta las juergas

Abdullah Alrashidi, bronce en tiro, tiene 58 años, quince más que las tres medallistas de la prueba femenina de skateboard... juntas

Abdullah Alrashidi, bronce en tiro
Abdullah Alrashidi, bronce en tiroAlex BrandonAP

La paradoja del podio dicta, y así lo aceptan todos los deportistas, que es más feliz la medalla de bronce que la de plata, ya que el tercero es el que se encarama a última hora al palmarés mientras que el segundo termina frustrado por no haber sido primero. España luce dos preseas que confirman el lugar común, puesto que la de Adriana fue recibida entre lágrimas y la de David, acogida con alborozo. Al bastetano lo asesora Carlos Coloma, el último medallista español en Río, y se notó porque se subió al cajón de idéntico modo: con una remontada tan sigilosa como loca. Su mentor dio un recital de espontánea felicidad en la recta de meta: se golpeó con la mano la bandera nacional del maillot –un patriota–, simuló un natural con la muleta –taurino– y se agarró con brío el paquete –machote–. Él no se atrevió a tanto, pero ahí queda la gesta.

Otro bronce feliz fue el del kuwaití Abdullah Alrashidi. El tirador árabe, oficial del ejército cuando Sadam Husein invadió el emirato, está a punto de cumplir 58 años y casi le dobla la edad al tricampeón de su prueba, el estadounidense Vincent Hancock, que tiene 32 y se colgó su primer oro en Pekín, antes de llegar a la veintena. En Río, ya fue tercero en la modalidad de skeet y se ganó el cariño del público carioca, que lo llamaba «mostache» debido a su poblado bigote, bajo el que jamás falta una sonrisa de abuelo encantador. Como su comité olímpico estaba sancionado, participó en 2016 como atleta independiente y se permitió el lujazo de competir en la final con la camiseta del Arsenal, equipo londinense del que es fan impenitente. Ayer sí pudo disparar bajo su pabellón nacional.

La venerable edad de Alrashidi multiplica el mérito de su tercer puesto, pero, ni mucho menos, fija una plusmarca. Para batir el récord olímpico de medallista más longevo de la historia, nuestro amigo kuwaití debería subirse al podio en los Juegos de 2036. Sólo así superaría al sueco Oscar Swahn, plata en Amberes 1920 con nada menos que 72 años cumplidos. El escandinavo también practicaba el tiro, aunque una modalidad que desapareció del programa olímpico en París 1924: la caza del ciervo por parejas. Antes de que hiperventilen los ecologistas, conviene aclarar que el «animal» era metálico y se movía por un raíl de veinticinco metros que cubría en menos de cuatro segundos, casi como Usain Bolt. No debía ser fácil derribarlo desde cien metros, que era la distancia desde la que disparaban los cazadores.

Si el tiro es un deporte viejuno, el skateboard se ha revelado como una disciplina «new age», casi infantil. Ayer se disputó la prueba femenina del monopatín –sí, el término periclitado desvela la decrepitud del firmante– y resulta que Alrashidi tiene quince años más de los que suman las dos impúberes de trece y la adolescente de dieciséis que se subieron al podio. Está muy bien que el CIO quiera adecuarse a los nuevos tiempos, de acuerdo, pero alguna eminencia gris en Lausana debiera plantearse si no es contraproducente dar la posibilidad de ser campeón olímpico, con el componente mercantil e icónico que ello acarrea, a niñas casi de guardería. Ni citius ni altius ni fortius... le cuelgan una medalla de oro al más gracioso del parque. Un mocoso que recién empieza la ESO, ¿en qué es equiparable a un deportista de élite? No sé, creo que sería bueno darle una pensada al asunto.