Opinión
Esos diplomas que valen su peso en oro
Hay plazas de finalistas con más mérito que muchas medallas por ser en disciplinas con una gran competencia
Salvo improbable hazaña en el maratón masculino, la selección nacional de atletismo cerrará su participación en los Juegos con una sola medalla, el bronce de Ana Peleteiro en triple salto, y la friolera de nueve plazas de finalistas, eso que antaño se denominaba «diploma olímpico» y que, en el deporte rey, es un termómetro mucho más fiable del comportamiento de una delegación que el socorrido medallero. Y el mérito, que es de todos, no debe recaer sólo en los tres marchadores que rozaron el podio en cada prueba ni en su compañero que quedó sexto en los veinte kilómetros masculinos, por supuesto, ni mucho menos en ese Mohamed Katir que arrugó sin matices en la final de 5.000 y se columpió de mala manera al colarse en la foto de los medallistas.
Los grandes triunfadores del atletismo español, al mismo nivel que Peleteiro e incluso por encima por la relevancia de las pruebas en las que se desempeñaron, han sido los mediofondistas Adrián Ben y Adel Mechaal, quintos en dos carreras de 800 y 1.500 de altísimo nivel; Asier Martínez, sexto en las vallas altas compitiendo como un jabato y haciendo marca personal en cada salida; y el saltador Eusebio Cáceres, que murió a escasos centímetros del bronce en un concurso de longitud, cierto, por debajo de las expectativas, aunque nadie le niega el mérito de haberse agarrado a la oportunidad hasta el último intento del campeón, Miltiadis Tentoglou, a quien tuvo por detrás durante cinco saltos.
España es un país lamentablemente exitista y enfermo de «medallitis» en el que estos héroes caerán en el olvido, igual que los tres nadadores que consiguieron meterse en finales de la disciplina, junto al atletismo, con mayor densidad de naciones fuertes: la veterana Mireia Belmonte y los noveles Hugo González y Nico García, que trabajan en condiciones de inferioridad manifiesta con respecto a sus competidores de los cinco continentes. También fueron una lástima las «medal races» en clase 49er masculina y femenina, con dos bronces que se escaparon por centésimas, aunque ahí quedan junto a las dos preseas sumadas como testimonio de la buena salud de la vela española.
Una de las federaciones que mejor ha trabajado en la olimpiada quinquenal culminada en Tokio ha sido la de boxeo, deporte que en España languidece desde hace medio siglo –con excepciones puntuales como Faustino Reyes o Rafa Lozano– y que se ha quedado a un combate de la medalla en tres categorías, con decisiones arbitrales muy controvertidas en las peleas de Emmanuel Reyes Pla y Gabriel Escobar, donde el triunfo pudo haber caído hacia cualquier esquina. Ya sonreirá la fortuna, como probablemente le tienda los brazos en París a Niko Sharazadishvili, judoca doble campeón mundial que ha dominado el circuito, pero que falló en el día clave.
Todos los nombrados, y otros omitidos como Paula Badosa, frenada por un golpe de calor en su recorrido hacia las semifinales, han sido la base de la delegación española en Tokio, los competidores cuya frustración enseña cuán difícil es colgarse una medalla olímpica. Han sido esos «casis» amargos que redoblan la dulzura del triunfo, cuando llega. Como la selección de baloncesto, caída en cuartos y desguazada para siempre por la edad, que ahora empieza a darse cuenta de lo grandísima que ha sido.
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