Golf

Rory McIlroy sobrevive al drama del Masters y se consagra como leyenda inmortal del golf

Diez años llevaba el norirlandés persiguiendo la chaqueta verde, único gran que faltaba en sus vitrinas

Rory McIlroy
Rory McIlroy, durante el MastersPGA Tour

El domingo amanecía espectacular en Augusta National. El escenario no podía ser más simbólico ni el duelo más representativo de las tensiones actuales del golf: Rory McIlroy contra Bryson DeChambeau. Tradición frente a innovación. El histórico PGA Tour contra el rompedor LIV Golf. Europa contra Estados Unidos. Dos estilos, dos filosofías, dos mundos enfrentados. Y el triunfo, esta vez, fue para la historia.

Diez años llevaba el norirlandés persiguiendo la chaqueta verde, único gran que faltaba en sus vitrinas. Y tras mil caídas y otras tantas resurrecciones, por fin se la enfundó. Pero hasta llegar a ese momento soñado, el camino fue un auténtico thriller deportivo.

El primer hoyo ya fue una película en sí. McIlroy comenzaba con dos golpes de ventaja, pero un doble bogey borró esa renta en un abrir y cerrar de ojos. DeChambeau no tardó en aprovechar la oportunidad y con un birdie en el segundo hoyo se colocó líder. En apenas 15 minutos, todo había cambiado.

La montaña rusa continuó. En los hoyos 3 y 4, DeChambeau mostró su faceta más inestable y encadenó dos bogeys. McIlroy, sin pestañear, respondió con dos birdies que le devolvieron la delantera con tres golpes de ventaja. La adrenalina estaba desatada.

Con el transcurso de la vuelta, ni Justin Rose ni Ludvig Aberg lograban acercarse del todo. El duelo era entre Rory y Bryson. Ambos firmaron cuatro pares consecutivos, pero un birdie del norirlandés en el 9 aumentó su renta a cuatro golpes. Poco después, en el 10, se fue hasta cinco. Parecía controlado.

Pero Augusta siempre se guarda un giro dramático, y lo encontró en el icónico Amen Corner. El hoyo 11 trajo un bogey. El 13, un doble bogey. Y la ventaja se desvaneció. Rose, mientras tanto, firmaba birdie tras birdie y alcanzaba el liderato. DeChambeau se había perdido en sus errores, y Aberg aún lo intentaba, pero la batalla final era cosa de tres europeos.

El hoyo 14 trajo otro bogey de McIlroy y dejó a Rose en cabeza. Pero el inglés no aprovechó la inercia y falló en el 17. Se formó un triple empate, y todo apuntaba a un final épico. Y entonces, Rory sacó la varita.

En el hoyo 15, tras un mal inicio, ejecutó uno de los golpes de su vida: un misil que dejó la bola a pocos metros de bandera. Birdie, y ventaja otra vez. Rose, sin rendirse, empató el marcador con su décimo birdie del día en el 18. McIlroy tenía aún dos hoyos. En el 17, volvió a golpear con precisión quirúrgica y recuperó la ventaja. Pero en el 18 falló un putt corto. Todo se decidiría en el desempate.

El norirlandés y el inglés regresaron al hoyo 18 y luego al 10, alternándose hasta que uno cediera. Rose ya había perdido un desempate en Augusta en 2017, y esta vez la historia se repitió. En un final de tensión máxima, fue McIlroy quien mostró mayor entereza. Firmó el golpe decisivo y, por primera vez en su carrera, se enfundó la chaqueta verde.

Un sueño cumplido. Una década de frustraciones que hoy se convierten en lágrimas de gloria. Rory McIlroy ya es leyenda. El Grand Slam es suyo. Y Augusta, por fin, también.