Opinión
El despropósito del tope del gas
Dispara la generación con ciclos, desincentiva las renovables y mantiene uno de los recibos más caros de la UE con casi un 60% de impuestos y costes regulados en la factura final pese a la reducción de la carga
L a medida estrella del Gobierno para «controlar la inflación» era la famosa excepción ibérica. Nunca tuvo sentido como argumento. El hecho de que Portugal y España estén menos interconectados con Europa no es una desventaja en medio de la crisis del gas de Rusia. España cuenta con la mejor red de plantas de regasificación y prácticamente no compra gas ruso.
La «excepción ibérica» es, en realidad, una ventaja con respecto a países como Alemania y Holanda. La obsesión por intervenir el mercado eléctrico era puramente ideológica. Muchos partidos siguen creyendo que el mercado marginalista es «vender hidráulica y solar a precio de gas». Y es falso.
Todos los países de la Unión Europea tienen sistemas marginalistas porque beneficia al consumidor y generan las señales de precio necesarias para llevar a cabo enormes inversiones. Sin el sistema marginalista no se dan las señales de precio claras que incentivan la inversión en tecnologías nacientes. Un sistema de precios intervenidos como el atroz marco regulatorio estable no era más que un desincentivo a la inversión en el que se sucedían los apagones.
No es, como dicen en la izquierda radical, «pagar sardinas a precio de langosta». Es pagar para que haya sardinas para todos siempre y en todo momento, que es muy diferente.
Las renovables, además, no ofertan a precio cero como nos dicen a veces. O reciben una remuneración adecuada con subvenciones o a través de la fijación de precio ligado a la combinación de gas natural, carbón, nuclear, hidráulica y el precio del CO2. «Topar» el precio del gas, como advertimos muchos, ha supuesto un triple incentivo perverso. Al garantizar a las centrales de gas una subvención –compensación– por sacarlas del «pool» –mercado mayorista– se dispara la generación con gas ya que es rentabilidad asegurada. La compensación a las gasistas se ha disparado de 59 euros por MWh en el primer día del «tope» a más de 122 euros el día 21 de junio.
Adicionalmente, el descuento que recibe Francia por el cambio de sistema de mercado supone que los españoles estamos pagando a Francia y, además, nos sale más cara la electricidad. El «tope del gas» desincentiva la inversión en renovables al manipular la señal de precio e incentiva el uso de energías fósiles al subvencionarlas. Poco verde me parece.
Finalmente, el precio que pagamos no ha mejorado. El primer día de la «excepción ibérica» el precio subió 10 euros por MWh. A día 21 de junio, el precio que pagamos, incluida la compensación a las gasistas, es de 270 euros por MWh.En el mismo día, países más dependientes del gas importado pagaban un precio mayorista de 234 euros por MWh (Reino Unido), 263 euros por MWh (Alemania) o 219 euros por MWh (Polonia, Hungría). Solo Italia y Francia pagaban un precio superior.
Dice el Gobierno que hay que valorar la medida con respecto a cuánto habría subido el precio en las mismas condiciones, pero eso no es lo que prometieron. Prometieron bajadas. Incluso si seguimos su argumentario, el «tope del gas» es un ejercicio de intervencionismo de nulo impacto positivo para el consumidor ya que la factura total seguirá siendo una de las más altas de Europa. Además, los clientes que no sufrieron la subida vertiginosa por no estar en la tarifa regulada se encuentran ahora penalizados.
El Gobierno debería haber llevado a cabo las medidas que otros países de nuestro entorno han puesto en marcha, reducir de manera seria la carga impositiva, que sigue siendo elevadísima a pesar de haber reducido el IVA y el impuesto eléctrico, sacar costes regulados no ligados al consumo de la tarifa y llevarlos a presupuestos y adicionalmente fortalecer y acelerar la inversión en renovables y seguridad de suministro. Ha pasado lo contrario.
La factura total sigue teniendo casi un 60% en impuestos y costes regulados, se ha ralentizado la concesión de licencias para la inversión en plantas renovables y se ha dinamitado el acuerdo con Argelia, nuestro mayor suministrador de gas.
El Gobierno había puesto en marcha una propuesta de ley de sostenibilidad del sistema eléctrico que era perfectamente adecuada y que muchos ,como yo, valoramos como un paso en el sentido correcto. Desafortunadamente, parece haberse quedado en propuesta. El mecanismo del «tope» del gas no ha limitado nada. Solo ha transferido costes del precio mayorista a la parte fija de nuestra tarifa. Es hora de recordar, por enésima vez, que el intervencionismo no funciona.
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