Reportaje
China, en la cuerda floja por la fuga de capitales y el parón en la industria
La explosiva combinación de la pérdida de actividad y la crisis del sector inmobiliario pone a la economía china contra las cuerdas y al resto del mundo en alerta
La economía china se enfrenta a una ralentización cíclica y estructural que complica las predicciones sobre el cumplimiento de los objetivos oficiales de crecimiento para este año. El mercado inmobiliario continúa mostrando signos de debilidad y el régimen comunista está intensificando su control sobre las actividades económicas. Asimismo, en los últimos meses los inversores internacionales han tomado una decisión respecto a Pekín: si bien es uno de los mayores mercados del mundo, los riesgos asociados son demasiado elevados. Y es que, durante el segundo semestre de este año se registró una salida récord de capital extranjero del país, de unos 14.800 millones de dólares en términos netos entre abril y junio –según datos de la Administración Estatal de Divisas (SAFE, por sus siglas en inglés)–, que Bloomberg califica como el mayor éxodo de inversión foránea registrado hasta ahora. Si esta tendencia se mantiene en lo que resta de año, sería el primer ejercicio en registrar un flujo negativo de inversión extranjera neta desde que comenzó la serie histórica, en 1990. Unos datos alarmantes que aumentan la presión sobre el régimen de Xi Jinping en su intento de contrarrestar la desaceleración económica.
En las últimas décadas, la atracción de inversiones, tecnología y talento foráneo ha sido un pilar fundamental del desaforado modelo de crecimiento económico chino. Sin embargo, esta tendencia se encuentra ahora en su punto más bajo desde principios de los años 90, cuando el entonces líder Deng Xiaoping impulsó la aceleración de la política de «Reforma y apertura».
Pero el actual aumento de las tensiones geopolíticas ha generado una atmósfera de creciente incertidumbre, lo que ha llevado a las entidades extranjeras a mostrarse más cautelosas sobre los riesgos asociados a la ubicación geográfica de sus operaciones. Asimismo, la devastadora pandemia puso de manifiesto las vulnerabilidades que puede generar una excesiva concentración de la oferta a nivel global, lo que ha motivado a algunas compañías a replantearse sus estrategias de diversificación de cadenas de suministro. Adicionalmente, la desaceleración del crecimiento económico del gigante oriental ha hecho que el atractivo de invertir en él, basado únicamente en las expectativas de rendimientos futuros, se haya visto mermado. Por otro lado, existe la percepción de que el entorno empresarial en el país se ha vuelto más complejo de gestionar, debido a la entrada en vigor de nuevas regulaciones relacionadas con la seguridad nacional.
Asimismo, la debilidad de la demanda interna en China, agravada por el desplome del mercado inmobiliario y señales de advertencia de deflación, son otros elementos detrás del declive de la inversión extranjera directa. La grave crisis del sector del ladrillo continúa sembrando incertidumbre, de hecho, esta semana la Oficina Nacional de Estadística de China (ONE) informó de que los precios de la vivienda cayeron por decimocuarto mes consecutivo en julio.
Por último, la falta de confianza en el seno del sector privado, golpeado por la coyuntura, está frenando nuevas inversiones. Pese a que las compañías nacionales han comenzado a ganar ventaja tecnológica en algunos sectores estratégicos como los vehículos eléctricos, aún dependen del apoyo de firmas foráneas en áreas avanzadas como la fabricación de chips.
Los expertos advierten de que un menor flujo de IED –inversión extranjera directa– podría ralentizar las mejoras de productividad a medio y largo plazo. Esto, sumado a la reducción de la mano de obra disponible, podría perjudicar seriamente el crecimiento económico del gigante asiático. Cabe destacar que la ONE publicó el jueves que la producción industrial china aumentó un 5,1% interanual en julio, una lectura dos décimas inferiores a la del mes previo y una décima por debajo de lo esperado por el consenso de analistas.
«La baja demanda interna y la intensa competencia en precios, sumado a los mayores costes de las compañías foráneas, se perfilan como los principales factores que están detrás de la caída de la inversión extranjera directa en China, un fenómeno que parece afectar con mayor intensidad a las empresas estadounidenses», explicó a LA RAZÓN Alicia García Herrero, economista jefe para Asia Pacífico del banco de inversión francés Natixis, en Hong Kong. En opinión de la experta, las empresas europeas tienden a permanecer. «En particular, las alemanas del sector automovilístico se quedan en el país porque, sin su presencia, no pueden competir a nivel global, dado que ya tienen la cadena de producción establecida en China. Por lo tanto, se ven obligadas a quedarse, no porque no generen ganancias, sino porque no tienen otra opción».
En total, las empresas alemanas invirtieron 4.800 millones de euros en China en el segundo trimestre, casi el doble de lo que invirtieron en el primero. En el primer semestre del año, el volumen total de inversiones directas de la industria alemana ascendió a 7.300 millones de euros, tras los 6.500 millones del año pasado, y la mayor parte del dinero procede de los fabricantes alemanes de automóviles. Y eso a pesar de las advertencias oficiales del Gobierno de Berlín de reducir su dependencia de Asia.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha pedido reiteradamente a las empresas que «reduzcan riesgos» frente a la segunda economía mundial. No obstante, analistas chinos consideran que, «desde el año pasado, los elevados costes de fabricación, el aumento de los precios de la energía y los alimentos, el endurecimiento de las restricciones normativas y la burocracia de la UE han obligado a empresas comunitarias a trasladar su producción fuera del bloque».
Las empresas estadounidenses y europeas suelen realizar un análisis exhaustivo de las condiciones comerciales antes de efectuar inversiones. Sin embargo, este proceso se ha visto obstaculizado por las reformas a la Ley antiespionaje, que entró en vigor el año pasado y es en gran medida ambigua. Esta normativa pone a los negocios foráneos y a su personal en riesgo de sanciones por sus actividades comerciales habituales.
La confianza empresarial ha disminuido debido al incremento de redadas, multas y prohibiciones de salida impuestas a estos negocios. Incidentes como la detención, en marzo de 2023, de cinco empleados de la oficina en Pekín de la auditora estadounidense Mintz Group, así como los recientes interrogatorios a trabajadores de la consultora Bain & Company en Shanghái, han intensificado la percepción de riesgo e incertidumbre en el entorno empresarial extranjero.
Consciente de los riesgos, el gobierno chino ha tomado medidas para tratar de hacer más atractivo el mercado doméstico. La suavización de los requisitos de ingresos para las compañías sujetas a examen antes de la aprobación de joint ventures bajo leyes antimonopolio es una de las iniciativas. No obstante, los expertos coinciden en que la potencia deberá abordar cuestiones fundamentales, como la revitalización del consumo interno y la preservación de un entorno de negocios propicio, si quiere recuperar su capacidad de atraer IED y mantener el crecimiento a largo plazo.
El gigante asiático anunció este mes que retirará las restricciones a la inversión extranjera en su sector manufacturero en el marco de las políticas aperturistas impulsadas por Pekín. En este sentido, se ampliará el catálogo de industrias y se avanzará en la «apertura ordenada» de sectores específicos como telecomunicaciones, internet, educación, cultura o sanidad. Para ello, se revisarán las normativas con el objetivo de prestar un mayor apoyo a la inversión a largo plazo y de alta calidad en los mercados de capitales de la nación. Pero la previsión es que la IED vaya a menos este año.
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