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Tecnología

El costo social de la supremacía robótica de China

Sin políticas que alineen la capacitación de la fuerza laboral con la velocidad de la innovación, China afrontará una tormenta de desempleo estructural y desigualdad

Conferencia de robots en China AP

El motor manufacturero de la economía del mundo enfrenta una transformación estructural impulsada por la inteligencia artificial y la robótica que promete reforzar su competitividad global, pero a un costo social incierto. Con una población de 1.400 millones de personas y una fuerza laboral amenazada por la obsolescencia de habilidades tradicionales, China debe abordar un reto macroeconómico crucial: integrar la automatización sin agravar la desigualdad o el desempleo estructural. La capacidad de alinear políticas de innovación con estrategias de recapacitación definirá si este revolucionario salto tecnológico consolida su liderazgo o desestabiliza su modelo de crecimiento.

La automatización no es un simple cambio de herramientas, es una reingeniería del contrato económico chino. Las máquinas, con su precisión quirúrgica y su incansable eficiencia, están desplazando empleos repetitivos a un ritmo vertiginoso, mientras la demanda de habilidades digitales –programación, análisis de datos, mantenimiento de sistemas– redibuja el mercado laboral. Este punto de inflexión no admite medias tintas: sin políticas que alineen la capacitación de la fuerza laboral con la velocidad de la innovación, China podría enfrentar una tormenta perfecta de desempleo estructural y desigualdad galopante. En esta carrera contra el reloj, debe programar un futuro donde los humanos no sean obsoletos, sino imprescindibles.

Foshan, el laboratorio del futuro industrial

En Foshan, epicentro de la manufactura global, el futuro ya está en marcha. Sus 1.200 fábricas, que abarcan un millón de metros cuadrados, producen desde sofás hasta refrigeradores con una coreografía de brazos robóticos guiados por IA. Esta danza tecnológica ha disparado la productividad, consolidando a China como la fábrica del mundo. Pero tras el brillo de las máquinas, millones de trabajadores enfrentan el veredicto de adaptarse a un mundo de algoritmos o desvanecerse en la obsolescencia. La falta de competencias en programación o mantenimiento de sistemas autónomos los deja al borde del precipicio. El reto es titánico para convertir esta marea tecnológica en un puente hacia la prosperidad inclusiva, sin dejar atrás a quienes construyeron el milagro industrial chino.

La revolución robótica como motor económico

Desde que Xi Jinping proclamó en 2014 la «revolución robótica», ha supuesto un pilar tan estratégico como su red de trenes bala o su dominio en energías renovables. Planes como Made in China 2025 y el 14º Plan Quinquenal para la Industria Robótica han delineado una ruta clara: innovación, robots de fabricación local y expansión a sectores clave. Respaldado por avances en 5G, semiconductores y baterías, este sector es un cohete en ascenso.

El Ejecutivo chino ha desplegado un arsenal de incentivos: subsidios que cubren hasta el 17,5% del costo de los robots, exenciones fiscales para I+D y fondos de inversión que han convertido ciudades como Shenzhen y Hangzhou en hubs tecnológicos. El Centro Nacional de Innovación Robótica, que une universidades e industria, refuerza esta ambición. Con dos tercios de las patentes globales en robótica, Pekín no solo lidera en volumen, también autonomía tecnológica. Sin embargo, las críticas por la concentración de los beneficios en grandes corporaciones o episodios de corrupción señalan que el camino no está exento de baches.

Los resultados son impresionantes. Desde 2021, instala más de la mitad de los robots industriales globales, con 280.000 unidades anuales, según Moody’s. Su densidad robótica –robots por cada 10.000 trabajadores– saltó de 97 en 2017 a 470 en 2023, superando a Alemania (429), Japón (419) y Estados Unidos (295), solo por detrás de Corea del Sur (1012). El mercado robótico chino, valorado en 47.000 millones de dólares (40.500 millones de euros) en 2024, está en ruta a alcanzar los 108.000 millones en tres años (93.100 millones de euros), con un crecimiento anual del 23%, según Morgan Stanley.

El verdadero salto cuántico llegará en la segunda mitad de 2025, cuando los humanoides irrumpan en escena impulsados por contratos estatales masivos. Empresas como UBTech Robotics y Unitree Robots ya sellan acuerdos con gigantes automotrices y de telecomunicaciones, desplegando androides que redefinirán la manufactura y los servicios. En un cuarto de siglo, China podría liderar con 302,3 millones de humanoides en operación, frente a los 77,7 millones de Estados Unidos, en un mercado global proyectado en 5 billones de dólares (4.300 millones de euros). Este auge transformará la producción, además de reconfigurar sectores como el comercio y la atención al cliente.

El costo humano: una fractura en ciernes

La robotización está desmantelando empleos repetitivos a una velocidad alarmante, amenazando el equilibrio que sostuvo el ascenso económico chino. La obsolescencia de las tareas manuales ha disparado la demanda de habilidades en programación, sistemas ciberfísicos y análisis de datos, dejando a millones de trabajadores en un limbo de competencias desfasadas. En el último Congreso Nacional del Pueblo, el experto Zheng Gongcheng advirtió que la IA y la robótica podrían desestabilizar al 70% del sector manufacturero, erosionando las contribuciones a la seguridad social, el pegamento del pacto social chino. Sin intervención, el riesgo es una fractura social que podría desestabilizar al gigante asiático.

Para mitigar esta crisis, Liu Qingfeng, presidente de iFlytek, propuso un seguro de desempleo por automatización, ofreciendo cobertura de seis a doce meses a los trabajadores desplazados. Esta idea, aún en fase exploratoria, apunta a un principio crítico: la integración de la robótica debe ir acompañada de un cortafuegos social que amortigüe su impacto. No se trata de frenar las máquinas, sino de codificar una transición que mantenga a los humanos en el centro del sistema.

Nuevos horizontes

Mientras tanto, Pekín está recalibrando su estrategia para aprovechar este potencial en sectores críticos. Con una población que envejece a pasos agigantados, la demanda de cuidados geriátricos se catapulta. En diciembre, el Gobierno lanzó un plan nacional de atención a mayores que apuesta por la integración de humanoides dotados de IA. Gigantes como Ant Group ya han captado la señal: su nueva filial, Ant Lingbo Technology, está desarrollando unos especializados en cuidados, un nicho donde la empatía simulada y la precisión mecánica podrían llenar tristes vacíos humanos. Este movimiento aborda una necesidad social apremiante, y posiciona a la nación como un laboratorio global de la robótica aplicada, con un mercado potencialmente multimillonario.

En paralelo, las fábricas «luces fuera», operadas por sensores infrarrojos, LIDAR y visión artificial, funcionan 24/7 sin intervención humana. Estas líneas automatizadas prometen reducir el consumo energético industrial entre un 15% y un 20%, según la Agencia Internacional de Energía. En 2022, China reportó una caída del 1,7% en el consumo energético industrial, un paso hacia su ambiciosa meta de neutralidad de carbono para 2060.

El código del futuro

El auge robótico es un arma de doble filo. Si la recapacitación no conecta a los trabajadores con roles de alto valor –como diseño de interfaces hombre-máquina o gestión de flotas robóticas–, el avance tecnológico podría derivar en desempleo masivo y una brecha de desigualdad insostenible. La solución exige un código robusto con una inversión masiva en educación STEM, redes de protección social y una estrategia que alinee incentivos económicos con la cohesión social.

La segunda economía mundial no puede dejar este futuro al azar. Cada política, cada inversión, debe ser una línea de código diseñada para maximizar el potencial humano en la era de las máquinas. En esta carrera contrarreloj, su destino depende de la capacidad para forjar una economía donde los humanos no sean un engranaje reemplazable, sino el núcleo de un sistema resiliente y dinámico.