España
De Guindos defiende un final pausado del manguerazo del BCE
El recién nombrado «número dos» de Draghi pidió ayer «acompasar» la retirada de estímulos a la recuperación.
El recién nombrado «número dos» de Draghi pidió ayer «acompasar» la retirada de estímulos a la recuperación.
Ni halcón ni paloma. Aunque todavía no se haya producido su dimisión como ministro, Luis de Guindos ha comenzado a adoptar la habitual retórica de su nuevo puesto, difícil de traducir para los más profanos en la materia. Al todavía titular de Economía español le espera un equilibrio difícil de conseguir. Deberá hacer buenas migas con el actual presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, que abandonará su puesto el año que viene y que no veía con buenos ojos a un ministro en la vicepresidencia de la entidad monetaria, pero también prepararse ante una eventual desembarco del alemán Jens Weidmann como sustituto del banquero italiano y conocido por su defensa a ultranza de la ortodoxia.
Aunque ayer De Guindos volvió a negar cualquier «contrapartida» en el apoyo mostrado por Berlín para que España vuelva al núcleo duro de la entidad monetaria, el próximo vicepresidente del BCE hizo guiños a diestra y siniestra antes de sentarse en su nuevo sillón de Fráncfort. Se da por supuesto que la época de la política expansiva del Eurobanco llega a su fin, al igual que está sucediendo con la Reserva Federal, que actuó de manera mucho más rápida y que ahora aboga por el repunte del precio del dinero. Pero el ritmo de la retirada de los estímulos puestos en marcha durante la era Draghi y la subida paulatina de los tipos de interés amenaza con convertirse en una guerra entre halcones y palomas.
Ante la posibilidad de que un cambio demasiado brusco pueda dañar la recuperación de las economías periféricas, entre ellas la española, con un alto nivel de endeudamiento, De Guindos pidió huir de «simplificaciones» y defendió que la «normalización (en referencia a la retirada de estímulos) vaya acompasada con la recuperación», en línea con la doctrina de Mario Draghi, para quien la inflación todavía no cumple los estándares propugnados (ligeramente por debajo del 2%).
Dentro de este argumentario, recordó los errores cometidos en 2010 y 2011, cuando las decisiones del BCE no fueron «congruentes», en referencia a la subida de tipos dictada bajo el mandato de Jean-Claude Trichet en vísperas de una nueva recesión de la economía europea, no prevista por la entidad. «Las medidas extraordinarias de política monetaria eran para tiempos extraordinarios en circunstancias extraordinarias», aseguró De Guindos con unas palabras que suenan como música celestial para los halcones, que creen que el Eurobanco ya ha hecho más que suficiente.
Pero, acto seguido, dentro de su táctica de apostar por los grises, aseguró que ante la actual situación con tipos próximos a cero como consecuencia de factores tecnológicos y demográficos y, no debido sólo a la política monetaria, y ante una futura inflación cercana al 2% que redunde en tipos nominales bajos, «la posibilidad de aplicar la política monetaria tradicional es más limitada y eso hace que las medidas no convencionales a lo mejor sean más usuales». Una cuadratura que justificaría el retraso en la retirada de estímulos y un guiño claro a las posturas más heterodoxas de las que abjura Weidmann. Además, valoró su elección como un paso para que España recupere peso en Europa después del «trauma» que supuso la pérdida del sillón en el Eurobanco en 2012.
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