Actualidad

IVA

El empleo necesita menos impuestos

La Razón
La RazónLa Razón

El maestro Pedro Schwartz argumenta con mucha más brillantez de la que yo puedo ser capaz que los PGE generalmente no sirven para impulsar el crecimiento. Sin embargo, estoy convencido de que estará de acuerdo conmigo respecto a que sí pueden llegar a obstaculizarlo e incluso frenarlo. Quienes generan crecimiento y empleo son las empresas, que actúan con mayor o menor eficiencia en base a cuatro circunstancias: libertad de actuación o grado de burocratización, seguridad jurídica, competencia y nivel de presión fiscal. No se deje convencer por falsas promesas porque sin empresas no hay estado del bienestar, ni cultura, ni becas. Esto significa que los presupuestos de un país pueden llegar a paralizar su actividad económica y llevarlo casi a la quiebra. Esto fue lo que sucedió cuando dejamos este tema tan serio en las manazas de Zapatero y Salgado.

Posteriormente se ha puesto un poco de rigor en nuestras cuentas públicas y las circunstancias también han mejorado. Efectivamente, estamos en el camino adecuado, como diría Martínez Pujalte, pero no hemos llegado a la meta. El mejor combustible del que podemos disponer en este viaje es decir la verdad de la situación y reducir tanto del gasto público como de la presión fiscal, a través de las reformas estructurales. No estamos en una etapa de cambios, sino en un cambio de etapa con nuevas reglas y nuevas necesidades.

Por lo que sabemos de los PGE del próximo año se puede afirmar que reflejan la realidad y eso es importante, porque a nivel internacional necesitamos ser percibidos como un país fiable, pero lamentablemente no aplican el necesario ajuste en el gasto público, el cual relajaría la presión fiscal de empresas y familias y provocaría, a su vez, que ese incremento de recursos en manos privadas fuera a inversión, ahorro y consumo. La consecuencia de todo esto sería creación de empleo y una mayor recaudación fiscal.

Comprendo la posición incómoda del ministro Montoro. Su objetivo es alcanzar un déficit público del 5,8% del PIB, cuadrando unas cuentas desbocadas que vigilan nuestros prestamistas y la herramienta con resultados más inmediatos puede ser subir impuestos. Pero esa tentación siempre se vuelve un boomerang a medio y largo plazo. La autopista del crecimiento nunca cuenta con una elevada presión fiscal entre sus ingredientes. Es más, teniendo en cuenta que Europa, nuestro principal cliente después de más de tres años de recesión, vaya a ser la zona del mundo que experimente un mayor subidón de PIB, supone una merma para la competitividad de nuestras empresas que se vayan a eliminar deducciones en el Impuesto de Sociedades.

Pese a que las previsiones de crecimiento apuntan a sólo un 0,7%, es bien sabido por todos que los modelos tradicionales de predicción macroeconómica suelen quedarse cortos en los cambios de ciclo cuando se inicia la etapa ascendente. La razón es el sesgo que se produce al utilizar pautas de comportamiento estables. Por lo tanto, entra dentro de lo probable pensar que el crecimiento pueda llegar al 1%.

Respecto a la factura que pagamos por nuestro sobredimensionado entramado público, es verdad que se han producido algunos recortes en el gasto pero son insuficientes. Necesitamos que se aplique una verdadera reforma de las administraciones públicas, que redimensione su volumen a nuestra realidad económica y que introduzca los mismos criterios de gestión que existen en el mundo de la empresa para que sean eficientes. Pero no sólo se trata de racionalizar el Estado, sino también el resto de administraciones territoriales, que representan tres cuartas partes del gasto total. Esta obesidad pública es mórbida para todos porque retrae recursos de empresas y familias, y estimula una superestructura administrativa que frena la iniciativa empresarial. Respecto a la creación de empleo, con la flexibilidad de la reforma laboral es muy posible que el leve crecimiento económico arrastre ya creación neta de empleo, pero nuestro mercado de trabajo aún no es comparable en términos de flexibilidad con el de nuestros competidores. Más aún si ponemos la lupa en los impuestos al empleo, concepto en el que seguimos lamentablemente en las primeras posiciones.