Pensiones

El eterno rescate de las pensiones

La nómina mensual de las pensiones supera los 12.000 millones de euros y el gasto corriente total para este año es de casi 200.000 millones, casi el 12% del PIB

José Luis Escrivá, Ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones de España durante una sesión de control en el Senado.
José Luis Escrivá, Ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones de EspañaAlberto R. Roldán La Razón

Todavía hay personas afirmando que nuestro sistema de pensiones es sostenible y que goza de salud, a pesar de que padece una enfermedad crónica y se encuentra en cuidados paliativos. Presenta síntomas que incluye endeudamiento, déficit y fatiga económica de pronóstico grave, un cuadro que empeora con el tiempo obligando a sus familiares más cercanos, empresarios y trabajadores, a realizar mayores contribuciones de sangre para mantenerlo artificialmente con vida, conectado al equipo de soporte vital que le proporciona el Estado y por el que recibe continuas transfusiones.

La nómina mensual de las pensiones supera los 12.000 millones de euros y el gasto corriente total para este año es de casi 200.000 millones, casi el 12% del PIB y un 11% más que el año anterior. Como los ingresos por cotizaciones, a pesar del incremento del 11,5% no supera al gasto en pensiones contributivas, tendremos un déficit sólo por este aspecto cercano a los 15.000 millones este año. Si a eso sumamos, el resto de prestaciones no contributivas, para cuadrar las cuentas, es necesario que el Estado realice transferencias, no préstamos, por importe cercano a los 39.000 millones. Unas transfusiones que han aumentado 1,5 veces respecto del año 2019 a pesar de que la recaudación está en máximos, la hucha vacía y una deuda superior a los 106.000 millones, lo que evidencia que, aunque algunos no quieran admitir que el rey está desnudo, el sistema de reparto cada vez tiene menos para repartir porque los ingresos crecen a menor ritmo que los pagos.

Esas transferencias finalistas tienen como origen la recaudación por impuestos y sirven para cubrir otros gastos no contributivos como los complementos a mínimos de las pensiones contributivas, el ingreso mínimo vital, la ayuda para la dependencia, las pensiones no contributivas y otras prestaciones.

Por si fuese poco, nos encontramos en una situación de bloqueo político que genera incertidumbres y que afecta al desarrollo de nuestra economía. Uno de los principales efectos es la más que segura prórroga de los PGE, lo que impedirá aumentar más los ingresos para reducir la brecha con unos gastos estructurales en crecimiento. Esto obligará a que, de nuevo, haya que realizar una nueva transfusión en vena por el mismo importe que este año.

La última reforma realizada, que no es la definitiva, no es más que un nuevo parche que sirve para dar una patada hacia delante al problema y que lo solucionen otros en el futuro, pues sólo mantiene vivo el modelo, aunque se dirija hacia un proceso vegetativo. Además, esconde nuevos aumentos de las cotizaciones y de los impuestos a futuro, pues necesariamente, empresarios y trabajadores, deberán rascarse más el bolsillo para mantener el sistema con vida. De hecho, algunas agencias de calificación crediticia ya han advertido de que bajarán su rating a España si no hay una reforma en profundidad del sistema.

Todo ello, pone de manifiesto que la financiación de nuestro modelo de pensiones depende, cada vez más, de los impuestos, por lo que está desvaneciéndose su carácter contributivo y se está volviendo más impositivo. Incluso a pesar de que se disfrazan nuevos impuestos como contribuciones, en especial cuando se destopan las bases máximas, pero no se hace lo propio con la pensión máxima. También se puede observar en los ratios que miden la cuantía de la pensión y las contribuciones, o bien, el retraso en la edad de jubilación, por no hablar de que cada vez es menor la brecha entre la cuantía de las pensiones contributivas y las no contributivas, que crecen a diferente ritmo.

Nadie tiene la fórmula mágica para arreglar el problema, pero si se quiere acometer, es necesario reconocer su existencia. La solución no es fácil, pero se puede acometer mediante una reforma, en profundidad del modelo, copiando otros sistemas europeos y mediante un proceso ordenado de transición para que no tenga efecto negativo sobre los que están próximos a jubilarse, de modo que los jóvenes que se incorporen al mercado laboral comiencen con un nuevo sistema que les permita confiar en que tendrán una pensión cuando se jubilen, algo que hoy no piensan. Se puede hacer, aunque sea complejo, pero conlleva incorporar más peso en los otros pilares de los sistemas de pensiones y mejorar la relación entre las contribuciones y las cuantías a recibir, como ocurre con los sistemas nocionales. Un proceso que exige años de implantación y un elevado coste electoral que nadie está dispuesto a asumir.