Opinión

La góndola argentina, los excesos regulatorios y el intervencionismo económico

El Estado genera más ineficiencias y empobrecimiento cuando actúa de forma intervencionista, mientras que la propiedad privada y la libertad de mercado son los pilares del crecimiento económico y la riqueza de los ciudadanos

Argentina.- Milei venderá dos aviones de la flota de YPF "usados casi en exclusividad" por la clase política argentina
Argentina.- Milei venderá dos aviones de la flota de YPF "usados casi en exclusividad" por la clase política argentinaEuropa Press

En estos días se está hablando largo y tendido de la influencia negativa que la regulación puede ejercer sobre la economía de algunos países tras las medidas históricas de la DNU anunciada por Milei para Argentina, derogando decenas de leyes y modificando otras muchas, hasta superar las 300. Todo ello, en un intento de deshacer la madeja regulatoria que ha estado oprimiendo la libertad económica y cercenando el crecimiento de un país con unos recursos extraordinarios secuestrados por la regulación, la corrupción y las puertas giratorias.

Estas medidas comienzan a cuestionar algo que, para muchos políticos, es un dogma, la progresiva intervención de los Estados y de entidades supranacionales en la economía, en muchos casos, torticeramente justificada como mecanismo para acabar con externalidades negativas que presuntamente hay en algunos sectores y que, según sus defensores, se traducen en desigualdad, empobrecimiento y precariedad laboral. Todo eso que se etiqueta como justicia social pero que, en muchos casos, ni es justa ni es social porque cercena el potencial de la economía para dar privilegios a una minoría.

La regulación de la economía es como el colesterol en la sangre que, siendo una sustancia necesaria y beneficiosa en dosis moderadas, lo hay bueno y malo, pero su exceso, fomenta la acumulación de depósitos de grasa que generan serios riesgos para la salud. En la economía, ocurre lo mismo, la intervención del Estado como árbitro de la sociedad puede ser deseable en la medida que busque crear el caldo de cultivo adecuado para que la actividad económica se desarrolle libremente y que las empresas puedan competir en los mercados mejorando los servicios y los precios ofrecidos a los consumidores. Pero cuando esa supervisión está sesgada por componentes ideológicos, el árbitro comienza a pitar faltas y penalti a uno de los equipos forzando el resultado deseado, para algunos, pero no el más justo, lo que conlleva el abandono progresivo de los jugadores del terreno de juego y destruye el espectáculo.

Si Argentina fuese una de las principales potencias mundiales, quedaría demostrado el poder beneficioso de la excesiva intervención estatal en la economía, pero siendo todo lo contrario, se evidencia empírica e irrefutablemente que el Estado genera más ineficiencias y empobrecimiento cuando interviene mientras que la propiedad privada y la libertad de mercado son los pilares del crecimiento económico y la riqueza de los ciudadanos.

Salvando las distancias con Argentina, en Europa vivimos una hipertrofia regulatoria que conlleva un intervencionismo sistemático y estructural en la economía de los países miembro con la progresiva expropiación de libertades a los ciudadanos y a las empresas, lo que genera una estructura del Estado elefantiásica y voraz, que se nutre de mayores impuestos y prohibiciones. Nos quieren prohibir circular por el centro de las ciudades, comer carne, abrir comercios en festivos, no salir de las ciudades de los 15 minutos, el fin del efectivo, y un sinfín de despropósitos, a los que no vemos el beneficio público sino intereses espurios travestidos de una falsa protección ante un riesgo imaginario.

Terminaremos con leyes como la de góndolas en Argentina, que, en aras de la diversidad, han destruido las principales técnicas de marketing de eficacia demostrada, limitando la capacidad de los comerciantes para tomar sus propias decisiones, mermando beneficios y olvidando los deseos de los ciudadanos que son quienes forman la demanda del mercado y de los propios comerciantes que han visto reducidos sus márgenes.