Panamá

Los documentos apuntan al mejor amigo de Putin: Los negocios del «tío Volodia»

Los documentos apuntan al mejor amigo de Putin, el violonchelista Serguéi Rodulgin, cuya carrera creció en paralelo a la del presidente ruso. Por las cuentas «offshore» de Rodulgin, padrino de una de las hijas del mandatario, pasaron 2.000 millones de dólares de transacciones sospechosas

El presidente ruso, Vladimir Putin, en el Kremlin, en Moscú, hace unos días
El presidente ruso, Vladimir Putin, en el Kremlin, en Moscú, hace unos díaslarazon

Como antiguo espía del KGB, Putin conoce bien la importancia de no dejar huella. Llegó incluso a utilizar apellido falso durante una temporada: Platov. No es por tanto de sorprender que, por una mínima higiene política, su nombre hoy no aparezca en ningún documento, ni en los «papeles de Panamá» ni en ningún otro título de propiedad más allá de los que hace oficial cada año el Kremlin: dos apartamentos, un garaje y cuatro coches, «todos de fabricación nacional», es decir, patriota además de austero. De lo que sí hay constancia es del enriquecimiento obsceno de su entorno: compañeros de judo, yernos, vecinos de dacha y, esta semana, su mejor amigo, el violonchelista Serguéi Rodulgin, padrino de una de sus hijas, que le conocen como «tío Volodia». Los «papeles de Panamá» implican a Rodulgin de forma directa: es el epicentro de la trama rusa, titular de tres cuentas en el país centroamericano que recibieron cientos de millones de euros de transacciones sospechosas, en buena parte procedentes de empresas de conocidos oligarcas. En contraste con otras amistades de Putin, Rodulgin se presenta como un simple músico y persona sencilla. «Hasta mi violoncelo es de segunda mano», suele decir. El perfil perfecto para un testaferro.

El rastro de 38 años de amistad

El Kremlin, como de costumbre, lo desmiente todo. El argumento con los «papeles de Panamá» es que no mencionan al presidente de forma expresa. Sobre la amistad con Rodulgin, bueno, es sólo un amigo entre muchos: «El presidente tiene gran cantidad de conocidos, tanto en Rusia como en el extranjero». El problema es que 38 años de amistad dejan rastro, maldita hemeroteca. «Es como un hermano para mí, desde que nos conocimos nunca nos hemos separado», explica Rodulgin en una biografía del presidente, en la que recuerda las aventuras de juventud de los años en San Petersburgo. Cruzaban juntos la ciudad de noche, con la música a todo volumen en un coche viejo y jugaban al fútbol. «Putin era tenaz como un bulldog», rememora. «Cuando no tenía donde ir, solía comer y dormir en mi casa», continúa sobre Putin, al que entonces llamaba cariñosamente «Vovka». Se conocieron en 1977 a través del hermano de Rodulgin, Eugeni, que coincidió con el presidente en la escuela 401 del KGB. Y fue precisamente a través del «tío Volodia» como Putin conoció a Ludmila, su exmujer y madre de sus dos hijas. Ocurrió cuando Roldugin se compró su primer coche, un Zhiguli. Quería fardar. Llamó a Putin como escudero e invitó a dos chicas al teatro Lensoviet. Una era la cita de Rodulgin y la otra, una muchacha de Kaliningrado, azafata de vuelo de Aeroflot de nombre Ludmila.

No es de sorprender por tanto que Rodulgin fuese el padrino de la primera hija de la pareja, María, nacida en 1985, poco antes de que la familia se mudase a la Alemania oriental, a Dresde, donde el KGB destinó a Putin. Su amistad no se marchitó pese a la distancia. Seis años después, cuando cayó el bloque comunista, Putin regresó a Rusia. Condujo los 2.000 kilómetros entre Dresde y San Petersburgo con una vieja lavadora en el techo del coche, regalo de sus amigos alemanes. Fueron sus horas más bajas, se planteó meterse a taxista para sacar a su familia adelante, reconvirtiendo aquel Volvo que compró en Alemania. Pero su suerte cambió. Gracias a amistades comenzó a ascender en los despachos del ayuntamiento de la ciudad y de ahí, el salto a la política nacional, previo paso por los servicios secretos. Y durante ese ascenso no se olvidó de su viejo amigo Rodulgin, cuya carrera musical creció en paralelo. Ha tocado en pases privados durante visitas a Rusia de grandes mandatarios y hoy es rector del conservatorio de San Petersburgo y solista del teatro Marinski, todo a lo que puede aspirar un violonchelista en el país. «No soy ningún hombre de negocios, no tengo millones, sólo un apartamento, un coche y una casa de campo, punto», explicó Rodulgin a «The New York Times» en 2014, cuando fue uno de los pocos miembros del círculo de Putin que se libró de las sanciones por el papel ruso en Ucrania.

Esta semana se ha conocido que por las cuentas «offshore» a nombre del «tío Volodia» pasaron 2.000 millones de dólares. El jueves, cuatro días después de publicarse los «papeles de Panamá», Putin tuvo que romper finalmente su silencio y defendió públicamente a su amigo: «Es cierto que Rodulgin es accionista minoritario de alguna empresa, así se gana un dinero, pero no los miles de millones que dicen». Lo que el presidente llama «accionista minoritario» incluye el 12,5% de la mayor empresa de publicidad del país y el 3,2% del enorme Banco Rusia. Según la investigación, parte de esos 2.000 millones que pasaron por las cuentas de Rodulgin fue a parar a la empresa que erigió el resort de Igora, al norte de San Petersburgo, y en el que la hija pequeña de Putin celebró con gran pompa su boda en 2013.

El portavoz de Putin, salpicado

Como de costumbre, Putin delegó los desmentidos en manos del portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, que los ha tachado de «putinofobia», «falsificación orquestada» y «nuevo ataque informativo de Occidente». Se da la circunstancia de que el propio Peskov está también implicado indirectamente en los documentos. Su esposa, la excampeona olímpica de patinaje Tatiana Navka es beneficiaria de una empresa registrada en 2014 en las islas Vírgenes. La ley rusa prohíbe a los cónyuges de cargos públicos poseer compañías. Peskov y Navka forman una de las parejas de moda en Rusia. Se casaron el verano pasado, una boda por todo lo alto en Sochi. El día de la fiesta lució un reloj de Richard Mille RM 52-01, decorado con una calavera de oro rosa, del que sólo se han producido 30 ejemplares y valorado en 600.000 euros, cuatro veces su sueldo anual.