Opinión

Sujétame el cubata

Asistimos a un gran festival de ocurrencias con la vista puesta en las elecciones

-FOTODELDÍA- SEVILLA, 13/05/2023.- El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, durante el acto de campaña del alcalde de Sevilla y candidato socialista a la reelección, Antonio Muñoz, para las elecciones municipales del 28 de mayo hoy sábado en el Palacio de Congresos de la capital andaluza. EFE/ Julio Muñoz
Pedro Sánchez en acto electoral en SevillaJulio MunozAgencia EFE

Nos encontramos a las puertas de unos comicios clave que van a cambiar nuestro mapa político y que determinarán la fuerza territorial con la que partirá cada formación política en la carrera hacia las generales a final de año y las próximas europeas.

Todos los dirigentes se encuentran en modo campaña donde estamos viviendo una carrera de fondo donde todos se presentan a un casting, para ser elegidos por los ciudadanos, en el gran festival de las ocurrencias. Para ello, ni ahorran ni filtran propuestas de última hora, algunas ya incumplidas durante los últimos cuatro años, con tal de captar votos como sea, para mantener o conseguir el poder. Son promesas, a la desesperada, con privilegios travestidos de derechos y apoyadas por el populismo y la demagogia que se nutren de la desesperanza de algunas familias.

Desde crear parques de cientos de miles de viviendas que aparecerán al más puro estilo Houdini, a avalar la entrada de un piso como parte de la hipoteca, ofrecer viviendas de protección oficial, descuentos para los jóvenes que viajen en tren por Europa, cuando la mayoría lo hacen en avión; una paga de 400 euros para estudiantes, como si eso les arreglase la vida; la herencia universal de 20.000 euros para los que cumplan 18 años, wifi gratis, jardines botánicos, cheques de 500 euros para quienes tienen tareas del hogar, ayudas irrisorias para luchar contra la inflación, aumento de las pensiones, un escudo climático con 131 playas en Madrid, crema solar gratis para los trabajadores en la calle, ayudas a ganaderos y agricultores, que ya veremos cuándo y cómo llegan, si lo hacen; un supermercado público y un sinfín de ocurrencias sin justificación económica ni explicación de cómo serán financiadas en un país que debe comenzar a reducir el déficit estructural hacia los objetivos de convergencia y la deuda en unos 30.000 millones de euros.

Y como se dispara con pólvora ajena, prometer sale gratis, primero porque muchas de las promesas son un brindis al sol y segundo porque la gran mayoría no se cumplirán o lo harán con mucha letra pequeña. En cualquiera de los casos, llevarlas a cabo saldrá del dinero de los contribuyentes porque la mayoría no hablan de ahorrar dinero en gasto público o reducir los impuestos. Igualmente, salvo en el caso de la vivienda, que es el eterno comodín, la mayoría de los partidos no se moja en lo que realmente preocupa a los españoles, el empleo, la inflación, la sanidad, la ocupación o el fuerte aumento de la inseguridad ciudadana.

Cada vez más, los ciudadanos escuchan estas propuestas con recelo. Otros aún siguen confiando en quienes no han cumplido, tras cuatro años, con las prometidas. Podemos debatir si se pueden o no cumplir, pero lo peor es que no todo el mundo se cuestiona lo más importante, de dónde saldrá el dinero para financiar tal estipendio de gasto público, sobre todo porque los bolsillos de los españoles ya no soportan mayor carga fiscal y menos con la inflación que está empobreciendo a la clase media.

Y la gran mayoría de estas promesas se dirigen a los jóvenes porque a muchos de los que pintamos canas ya no nos vuelven a engañar, a pesar de que el hombre es el único animal que tropieza en la misma piedra. Lo peor no es sólo que las promesas se incumplan, sino que luego se hacen cosas que ni se habían mencionado, o lo que es aun peor, se hace todo lo contrario.

Si hubiese que firmar un contrato donde el candidato respondiese con su patrimonio personal por cada incumplimiento de su programa electoral, otro gallo cantaría, todos serían mucho más precavidos y las promesas se cumplirían bajo luces y taquígrafos, pero eso no se llamaría política.

La pregunta que debemos hacernos todos es: ¿por qué no se ha hecho antes si se han tenido cuatro años para ello? Quizás es porque no era prioritario y no lo sea tampoco ahora. Quizás porque son medidas a la desesperada. Quizás porque son cantos de sirena. O quizás porque la mayoría son medidas inviables y, algunas, un "déjà vu", pues aparte de las ocurrencias, son promesas del pasado que se incumplen de forma sistemática.

Llegará el día en el que nos prometan derechos como la inmortalidad, el fin de la calvicie o viviendas sociales en la Luna y habrá quien lo crea, ya sea por la inexperiencia de los más jóvenes o por la memoria de pez que todos tenemos. Mientras tanto, sujétame el cubata.