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Balanzas fiscales

Un problema con solución moral

La Razón
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Se han publicado las balanzas fiscales y las reacciones, la verdad sea dicha, no nos han sorprendido a nadie. Todo el debate político económico se hace en España sobre posiciones apriorísticas que no se mueven aunque la realidad nos la refute. ¿Qué podíamos esperar? Lo que ha ocurrido: aquellos a los que no han gustado los resultados han criticado la metodología, los nacionalistas a los que dan la razón (los territorios que dicen representar aportan más que reciben) piensan que el saldo se queda corto, los nacionalistas de los territorios que no aportan se callan, los populistas insisten en la solidaridad interterritorial y los más liberales en que los territorios no contribuyen, sino que lo hacen las personas. Nada nuevo. Tal vez por las reacciones, y porque los resultados, aunque criticados y criticables, a nadie le han parecido descabellados, habrá que concluir que el trabajo del profesor De la Fuente ha resultado bastante satisfactorio.

Como las balanzas fiscales no se publican ciudadano a ciudadano, nos tenemos que conformar con esta agrupación por vecindarios que nos indica que sólo cuatro comunidades autónomas contribuyen frente a las otras trece y las ciudades autónomas, que reciben, y todo ello en términos netos. Sin embargo, y aunque sea obvio, convendría reflexionar sobre algunas cosas. A nadie le extraña los nombres de las cuatro contribuyentes, porque sabemos que son zonas más prósperas, ni que no aparezcan junto a ellas el de los territorios forales que también lo son. Tal vez podríamos llegar a ver algún día una ruptura de la solidaridad nacionalista frente al enemigo común, puesto que sus intereses fiscales son claramente opuestos, como lo son en su propio seno para los partidos nacionales de carácter federal que parecen, por tanto, carecer de criterio uniforme a la hora de explicar sus posturas en los aspectos fundamentales del Estado.

Basar la discusión en territorios en lugar de en personas, es extender la tiranía de las mayorías que a veces supone la democracia, a la tiranía de las minorías, que es aún más grave. La democracia moderna puede derivar, más allá de lo que es razonable, en un sistema en el que unos votan que otros paguen (Pascal Sallin) pero aun así es mejor que la democracia basada en la personificación de los territorios. En esta última situación, las mayorías de unos, por aquello de que un espacio geográfico cultural es un voto, pueden llegar a imponerse a las de todo el conjunto. Algo así, por llevarlo al absurdo, como si las mayorías del Benelux, porque son tres, deciden que Francia, que es una, pague por todos, haya votado lo que haya votado. Si permitimos esto, lo que hoy es mayoría del primero mañana terminará siendo unanimidad, porque si algo une es el acuerdo de que otro pague. Los vecinos que pagan en las comunidades autónmas contribuyentes se apuntarán rápidamente al discurso de que lo hagan otros más allá de sus vecindarios.

El problema fiscal en España necesita muchas soluciones técnicas, no cabe duda, pero necesita algo más: necesita soluciones morales. Si no desarrollamos un discurso de nación unitaria, con sus peculiaridades, su diversidad y sus diferencias, si al connacional se le ve como a un extranjero, será imposible que algunos no sigan exigiendo que paguen otros que no están cerca, porque exigirle impuestos al prójimo es más difícil.