Terrorismo

El más cruel olvido de las víctimas

El Gobierno y la Justicia toleran y normalizan los homenajes a los asesinos

Es fundamental dejar sentado que los actos proetarras como el que se iba a celebrar hoy en Mondragón y como todos los que se desarrollarán en varias localidades vascas ya sin Henri Parot en el llamamiento oficial a la ciudadanía no representan la excepción, sino que son la norma. No ya por su número o frecuencia, que no es por desgracia anecdótico, sino porque la exaltación del proyecto y la ejecución terroristas se sucede en espacios públicos con un insólito carácter rutinario, como si fuera irremediable. Por tanto, que los convocantes de la marcha de apoyo al mayor asesino de la historia de la banda decidieran transformar el formato del homenaje a última hora como forma de desactivar un tanto la presión ambiental y organizar concentraciones contra una falsa cadena perpetua, que es la que penaría Parot, no supone triunfo, alivio ni altera la reflexión sobre la desgraciada gestión de la realidad vasca tras los asesinatos etarras, pero con el proyecto de la banda más vivo y robusto que nunca convertido en aliado estratégico del Gobierno en Madrid. Se ha convertido en hábito que ni la autoridad gubernativa ni la judicial actúen para impedir aquelarres como los de Parot con todos los terroristas que salen de prisión. Son parte del paisaje para oprobio de una sociedad que los contempla incluso con comprensión y baldón de las instituciones competentes que los ignoran o esquivan. El Estado de Derecho ha fallado en el caso del tributo a Parot, como lo hace cada vez que un terrorista es recibido en la calle por su condición de tal, es decir, de verdugo de inocentes. Amparados en una doctrina taimada sobre la legislación que presuntamente castiga la humillación a las víctimas, jueces y políticos se pasan el muerto para no dar la cara ni cumplir con su deber como servidores públicos. Una interpretación capciosa de la ley no es la ley y puede amparar cualquier tropelía incluida la de entender que una fiesta en honor de un asesino no es un acto de enaltecimiento ni denigra la sangre derramada por sus manos. Hay en el fondo y en la forma una carga de vileza en esas conductas que desde el Gobierno y algunos togados abrazan la desmemoria y la deslealtad con los que fueron, son y serán los mejores de los nuestros. Las democracias se prueban día a día, en su voluntad de ejercitarse con integridad y ética por el bien y contra el mal. Buena parte de quienes se acodan en las instituciones han olvidado a las víctimas y su sacrificio. Ya no se honra a los que cayeron para que los quedaron viviéramos en paz y libertad. Todo es peor.