Editoriales

Un lamento vacío que busca rédito político

No conviene dejarse deslumbrar por el hecho de que quienes fueron caracterizados dirigentes de la banda etarra, como es el caso de Arnaldo Otegui, muestren una cierta empatía con sus víctimas y lamenten el dolor causado, porque, sin la menor duda, nos hallamos ante una de esas maniobras tácticas, con la marca de fábrica abertzale, que no buscan más que el rédito político. Sólo hay que poner en su contexto la apelación al «proceso de Ayete», artefacto propagandístico con el que la ETA trató de vendernos su derrota como si el cese de la violencia fuera el resultados de un proceso negociador, para descubrir el fin último de una declaración de condolencias vacía de contenido por cuanto no viene acompañada de ninguna de las acciones que, a efectos prácticos, no sólo la harían creíble, sino que contribuirían a la reparación, en lo posible, del sufrimiento de quienes sufrieron más directamente la violencia del terrorismo separatista vasco.

Es decir, la condena clara y sin rodeos de la banda, y, por supuesto, la colaboración con la Justicia para el esclarecimiento de los más de trescientos asesinatos que están sin resolver. Pero es que, además, es un sarcasmo cruel que los herederos de ETA se lamenten de la prolongación excesiva del terror, como si éste hubiera sido un fenómeno natural que escapara a su exclusiva voluntad. No, si la banda se mantuvo en la vía de la violencia durante cinco décadas fue porque tenían el empeño de doblegar por la fuerza de la violencia y por la extensión del terror entre los civiles la voluntad del estado democrático y de derecho que es España.

Que en esa ignominia, plagada de crímenes de lesa humanidad, les acompañaran dos centenares de miles de vascos, prácticamente los mismos que hoy votan a Bildu, sólo nos habla de una patología social de difícil asunción para cualquier pueblo civilizado. De ahí, que haya que buscar en la actual estrategia de ampliación de su base electoral de los partidos abertzales el propósito último de la escenificación montada por sus dos principales líderes, Arnaldo Otegui y Arkaitz Rodríguez, conscientes de que no es un imposible superar electoralmente al PNV, especialmente, si se consigue la legitimación política por parte del resto de la izquierda española, a la que se hace preciso dotar de argumentos, por falaces que estos sean.

Que en ese juego pueda entrar el PSOE tiene una explicación que no por coyuntural deja de ser desoladora para los demócratas de este país. Porque también el Gobierno, en minoría parlamentaria, necesita blanquear de alguna manera a los herederos de ETA, siquiera, para hacer más digerible entre las bases socialistas la alianza objetiva con quienes disparaban en la nuca a sus compañeros de partido en el País Vasco y fuera de él. Disimular, en suma, una negra historia.