Editorial

Europa se juega algo más que su crédito en Ucrania

La Unión Europea hubiera podido mantenerse en los márgenes de las fronteras de la Guerra Fría, pero, en una decisión acorde con los principios últimos, políticos y morales, decidió abrirse a los hermanos del este, separados por la brutal imposición de la Unión Soviética. El proceso de incorporación de unos países con sus economías destruidas por el sistema comunista y con sus poblaciones traumatizadas por largas décadas de totalitarismo, fue un desafío mayor, todavía no culminado, como demuestran los roces sucesivos con los nuevos socios, Polonia y Hungría, sin ir más lejos, pero, en términos generales, puede considerarse un éxito.

Forzosamente, la concepción de una Gran Europa, basada en el modelo democrático occidental, con una ciudadanía en igualdad de derechos y deberes por encima de sus orígenes nacionales y bajo un marco jurídico común tenía que superar resistencias internas, con el Brexit como la más grave, pero, también, por parte de otras potencias, recelosas de un marco europeo fuerte, capaz de presentar un frente unido y, por lo tanto, de establecer las reglas de juego económicas, comerciales y políticas que considerara conveniente. En este sentido, era inevitable el choque con Rusia, potencia que bajo el liderazgo, por ahora, incontestable de Vladimir Putin, ha visto cómo el modelo que representa la dualidad de Bruselas y la OTAN, con Washington en el papel más destacado, suponía una dificultad mayor para sus aspiraciones de recuperar la influencia, cuando no la soberanía, en las naciones y territorios surgidos tras la descomposición de la Unión Soviética.

Así, Moscú ha visto cómo sus antiguos aliados del Pacto de Varsovia se adherían con indisimulado entusiasmo a la Alianza Atlántica y cómo otros, es el caso de Ucrania, trataban de seguir idéntico camino, a medida que iban consolidándose los procesos de democratización. Y así, la Unión Europea se enfrenta hoy a una crisis en la que se juega mucho más que su crédito como entidad política que aspira a ser mucho más que un gran mercado. Ucrania no es sólo un estado independiente cuya soberanía goza del reconocimiento internacional, es una incipiente democracia que busca su sitio entre las que rigen los pueblos libres de Europa. Por ello, no puede quedar a su suerte frente a unas reclamaciones rusas que, en el fondo y en la forma, significan recortar las decisiones soberanas de otros países.

Ayer, tras la reunión de los ministros de Asuntos Exteriores de la UE con su homólogo estadounidense, se presumió de firmeza y unidad frente a Moscú, por más que existan grietas demasiado perceptibles en su seno. No puede ser. De la misma manera que se consiguió superar la amenaza del Brexit, desde una posición común que se hizo creíble, es preciso trasladarle a Vladimir Putin la voluntad de acción común. Es la única manera de impedir una guerra.