Editorial

Putin empuja al mundo hacia el abismo

Un futuro seguro y libre no se edificará sin firmeza en defensa del derecho internacional y la Justicia ante un señor de la guerra que aplica la razón de la fuerza

Las principales cancillerías dan por hecho que Vladimir Putin ha decidido invadir Ucrania y provocar una guerra más en Europa de imprevisibles consecuencias. Desde la Casa Blanca se comunicó el viernes noche a jefes de Gobierno y de Estado de potencias señaladas el escenario bélico inminente que provocó ya un tropel de peticiones de prácticamente todas las capitales a sus conciudadanos en tierras ucranianas para que abandonaran el territorio de forma urgente. Si no fuera aún concluyente, el cierre de la embajada de Washington en Kiev apunta a un viaje sin retorno del Kremlin. La Casa Blanca ha establecido incluso la fecha, será la próxima semana, aunque la acumulación de tropa y material rusos en la frontera sugiere que si se concede ese plazo, sería exclusivamente para que los ciudadanos extranjeros se pusieran a salvo. La comunidad internacional se enfrenta de nuevo a la enésima crisis de esta centuria tras la global de la pandemia, que aún persiste, y la económica consiguiente y la energética subyacente. Resulta una paradoja que la tormenta de fuego que Moscú planea desatar incidirá con seguridad en el agravamiento de todos esos frentes que la humanidad ha combatido en los últimos años. Las incertidumbres que surgen tras el primer disparo, el primer muerto, resultan angustiosas por inciertas e insospechadas. Es un tópico cierto que las guerras se saben cómo empiezan, pero no cómo terminan. Por encima de cualquier consideración, estamos ante un fracaso de la diplomacia, pero sobre todo ante un eventual atropello del derecho internacional y de la inviolable soberanía de un estado, que es una consideración que debe primar sobre cualquier otro argumento, razón o excusa. Ni siquiera el manido por Putin para causar el torbellino de destrucción intrínseco a todo conflicto armado de esas dimensiones. El avance de la OTAN sobre el ámbito de influencia histórica de Moscú, el vínculo de Kiev con la Alianza Atlántica, tampoco puede avalar una invasión ilegal que obliga a la respuesta gradual de las potencias aliadas. Putin, como el autócrata que es, con un poder absoluto de facto, practica un juego muy peligroso desde hace lustros a sabiendas del carácter errático de las opiniones públicas de las democracias y de las vaporosas y dúctiles voluntades de las respectivas cancillerías. Lo ha experimentado con sus operaciones en otras ex repúblicas soviéticas díscolas, la anexión de Crimea y en la práctica de Donbas, así como con las expansivas injerencias en otros escenarios geoestratégicos en los que ha tanteado y probado las vacilaciones occidentales. Pero nada certifica que ahora se corra la misma suerte con la OTAN desplegada y amenazada a escasos kilómetros de los choques. El mundo sumará nuevos estragos y secuelas a la montaña que se acumula en este siglo, el impacto sobre la economía, con el petróleo y el gas al alza, será enorme. Un futuro seguro y libre no se edificará sin firmeza en defensa del derecho internacional y la Justicia ante un señor de la guerra que aplica la razón de la fuerza y que cree que el fin justifica los medios y las muertes.