Editoriales
Sánchez, equilibrios en el alambre nacionalista
No tiene fácil explicación, desde la más mínima lógica política, que mientras desde la filas del Gobierno se reclamaba un acuerdo al principal partido de la oposición con vistas a la aprobación del Real Decreto de medidas de emergencia económica, al mismo tiempo se urdiera un cambio de gran calado en el reglamento del Congreso para abrir la comisión de secretos oficiales a Bildu y las CUP, con desprecio absoluto a ese mismo partido de la oposición, con el que ni siquiera tuvo el Ejecutivo la cortesía de una comunicación previa. Y no hablamos, precisamente, de un asunto menor, puesto que se trataba de modificar el requisito de mayoría cualificada que venía rigiendo desde hace cuarenta años.
En estas circunstancias, nada más lógico que se haya instalado en la nueva dirección de los populares, que había hecho un notable esfuerzo por formular unos marcos de acuerdo con el Gobierno desde propuestas concretas, la certeza de que no existe voluntad alguna en La Moncloa de llegar a pacto alguno con la oposición, siguiendo esa estrategia política clásica, que consiste en negar al principal adversario cualquier oportunidad de proyección como alternativa creíble.
Hasta qué punto se trata de un error lo revelarán las próximas urnas, pero a los efectos inmediatos coloca a Pedro Sánchez ante la tesitura de mantener a cualquier coste la denominada mayoría de investidura, con unas formaciones nacionalistas con agenda propia y que, además, tienen que velar por sus propios intereses electorales. Que desde el PNV se trasluzca una inequívoca sensación de inquietud ante el blanqueamiento político de Bildu por parte del gobierno socialista, es perfectamente comprensible, como también lo es que los republicanos de izquierda catalanes, que parecen haber asumido la realidad, sobreactúen para calmar al sector más radical de su parroquia, que no acaba de entender cuál es el papel que juega hoy ERC en la consecución de la independencia de Cataluña.
Si, además, los socios del Gobierno se deslizan por el filibusterismo político y exigen cabezas entre sus propios compañeros de Gabinete, concluiremos que Pedro Sánchez tendrá que devenir en un virtuoso del equilibrismo si pretende agotar la legislatura. O, lo que sería peor, enredarse en una espiral de cesiones institucionales sin solución de continuidad. Porque, al menos hasta ahora, cada escollo salvado a base de practicar la geometría parlamentaria ha supuesto un beneficio práctico a la formación díscola, en un ejercicio que los barones regionales socialistas interpretan, correctamente, como un refuerzo objetivo de las perspectivas electorales del Partido Popular. Con un problema añadido, que, dada la compleja situación de la economía, Sánchez va a tener que adoptar medidas de ajuste poco gratas, difícilmente asumibles por sus aliados populistas. Nacionalistas o no.
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