Editorial

Pedro Sánchez, bajo el «fuego amigo»

E l desliz, impropio de un presidente de Gobierno, de emplear un término peyorativo, «piolines», para referirse a los miembros de la Policía Nacional desplegados en Cataluña en octubre de 2017 para defender el ordenamiento jurídico vigente, fue, ayer, el asunto que acaparó buena parte de la actualidad informativa nacional, pero convendría que no perdiéramos de vista los otros dos sucesos ocurridos en el Congreso, porque dan la medida de hasta qué punto el jefe del Ejecutivo, Pedro Sánchez, empieza a sufrir el «fuego amigo» de sus aliados de legislatura, que, por las trazas, se le puede hacer muy larga.

No fue sólo que su partido se viera obligado por sus socios de Unidas Podemos a retirar una enmienda, pactada con la oposición popular, a la Ley de Libertad Sexual, para endurecer el tratamiento penal al proxenetismo y a la tercería locativa, es decir, a los clubs de alterne, sino que, en la misma jornada, esos mismos socios en el Gabinete votaban con el Partido Popular a favor de una proposición no de ley del PNV por la que se denunciaba de plano el cambio de la posición española con respecto al Sahara y se rechazaba la pretensión marroquí de arrogarse la soberanía sobre el territorio.

Dos reveses parlamentarios en distinto plano, a los que podríamos añadir la falta de recorrido político que está teniendo el recurso a la arqueología de la corrupción del PP, que, cansinamente, emplean como arma arrojadiza los responsables gubernamentales socialistas cuando se ven en dificultades. Ni siquiera la buena noticia de que el defensor del pueblo consideraba que las escuchas denunciadas por los nacionalistas catalanes se habían llevado a cabo con el cumplimiento estricto de la legalidad, o el rechazo de la Audiencia Nacional a la petición de la Generalitat de personarse en la investigación judicial, sirven de alivio al inquilino de La Moncloa, entre otras razones, porque, a los efectos prácticos, no hacen más que enrabietar a unos socios que no se recatan a la hora de amenazar con la voladura de la mayoría de la investidura.

El caso es que esta deriva era previsible desde el mismo momento en que Pedro Sánchez decidió apoyarse en unas fuerzas políticas con agenda propia. Y cabe preguntarse cuál sería la situación del Gobierno si sus socios de la izquierda radical no estuvieran inmersos en una de sus habituales batallas internas por el poder y, por lo tanto, debilitados de cara a cualquier proceso electoral. Con un problema añadido, que en buena parte, esa geometría variable que le ha permitido a Sánchez llegar hasta aquí ha descansado sobre apoyos puntuales, pero decisivos, de la oposición parlamentaria del PP e, incluso, de la extrema derecha. De ahí, que elevar el tono de los insultos a los populares –aún resuena el «mangantes»– no parece que sea la mejor de las estrategias.