Editorial

El sueño verde europeo tendrá que esperar

Con el precio del futuro de la luz a un año por encima de los mil euros el megavatio/h y la certeza de que la guerra de Ucrania puede transformar en endémica la extorsión energética rusa, era inevitable que la Comisión Europea, que preside Ursula von der Layen, tomara cartas en el complejo asunto del mercado eléctrico continental, antes de que acuciados por la llegada del invierno, los distintos socios se dejaran llevar por la socorrida política del sálvese quien pueda.

Ayer, Von der Layen anunció una próxima intervención de emergencia del mercado eléctrico, con el objetivo declarado de marcar unos precios máximos de la energía, que «alivien a las empresas y hogares». No explicó qué fórmulas están en discusión para abaratar el coste de la electricidad, pero dejó una pista cuando admitió que el mercado energético europeo fue desarrollado bajo circunstancias completamente diferentes y para propósitos muy distintos a los actuales, y que es preciso reformarlo.

Aunque está en la mente de la mayoría de los mandatarios de la UE, el primero a la hora de señalar que el rey está desnudo ha sido el ministro de Industria de la República Checa, Jozef Sikela, reconociendo que está abierto el debate sobre las sobretasas fiscales a las emisiones de CO2, que no sólo incrementan los precios de las fuentes de energía no renovables, como el gas, el carbón y los hidrocarburos, sino que condicionan la composición del mix energético.

En efecto, el diseño europeo del mercado de la energía responde a la voluntaria exigencia de llegar al objetivo de «cero emisiones» para 2050, mediante la sustitución paulatina de las plantas que emiten dióxido de carbono y otros contaminantes de efecto invernadero por las energías renovables, eólica y solar, y las nuevas tecnologías del hidrógeno. Pero si, hasta ahora, Europa podía asumir ese incremento artificial de los precios, integrándolo como parte de los costes generales, la crisis energética ha puesto muy caro ese sueño verde europeo.

Por supuesto, el plan de emergencia tendrá que intervenir en otros aspectos del mercado eléctrico, especialmente, fijando topes al precio del gas y controlando los intercambios gasísticos internos, medidas que necesariamente afectarán a la libertad del mercado energético, que ya es uno de los sectores más regulados, y cuyos costes habrá que trasladar a la industria de la energía o al conjunto de los ciudadanos, vía impuestos. De cualquier forma, no hay alternativas fáciles a la renuncia del gas ruso, abundante y barato, al menos, mientras las tecnologías renovables no resuelvan el problema del almacenamiento de la electricidad que producen. Pero es imprescindible que Europa alcance la independencia energética y, sobre todo, que neutralice la capacidad de extorsión de la Rusia de Vladimir Putin. Y para ello, es condición inexcusable que los socios de la UE actúen de consuno.