Editorial
Se retira un gran Pastor de la Iglesia
El cardenal Antonio Cañizares, desde hoy arzobispo emérito, no es sólo uno de los grandes teólogos que ha dado la Iglesia española, en la tradición de Francisco de Vitoria o Juan de Mariana, sino, y es lo más importante, un pastor de almas, un sacerdote, siempre cercano a su grey, que ha sabido interpretar los signos de estos tiempos cambiantes y, por ello, más necesitados de la guía espiritual, moral y doctrinal de quienes han entregado su vida a Cristo, desde la fe, pero, también, desde la razón científica que se apoya en el conocimiento.
No es, por supuesto, una tarea fácil la que ha asumido monseñor Cañizares desde que, en 1970, alcanzó el sacerdocio, mucho más si se afronta el deber como ha hecho él, sin concesiones a lo erróneo, sin componendas con quienes pretenden la cosificación del hombre y sin cesiones en los valores que conforman la Iglesia Católica. Profesor de Teología, catequista desde sus inicios, destacado partícipe en la Congregación para la Doctrina de la Fe, miembro de la Real Academia de la Historia y una de las figuras referentes en el Colegio Cardenalicio, las intervenciones públicas de monseñor Cañizares nunca pudieron caer en la indiferencia, al contrario, mueven a la polémica que, a veces, es la antesala a la beneficiosa reflexión.
Así, yerran quienes desde posiciones políticas e ideológicas en las antípodas de la Iglesia tratan de presentar al arzobispo valenciano como el baluarte de un supuesto sector eclesial «conservador», como si sus posiciones doctrinales y morales no fueran las mismas que mantiene el papa Francisco y que, dicho sea de paso, mantuvieron todos sus predecesores. Y yerran quienes, desde una concepción política ciertamente totalitaria, niegan a los pastores de la Iglesia el derecho y el deber de intervenir en la vida pública, orientando a los fieles en aquellas cuestiones que son fundamentales para la convivencia y progreso social, desde la concepción de la familia hasta los fundamentos espirituales de la Nación en la que son ciudadanos.
Y es así, porque en monseñor Cañizares es muy difícil, prácticamente imposible, hallar una aseveración, una opinión, una enseñanza que no esté sostenida en el estudio, en la reflexión y en la entrega a sus hijos espirituales. Hombres que, como otros muchos pastores de la Iglesia, alteran la tranquilidad impostada de unos dirigentes políticos, de unos supuestos líderes sociales, incapaces de entender que hay reglas que no se pueden soslayar porque están la misma base de la concepción intelectual y moral de unos ciudadanos forjados en los valores de la cristiandad. Monseñor Cañizares seguirá, ya como arzobispo emérito, sirviendo a su Diócesis desde la función de Administrador Apostólico. Y, sin duda, será el mejor apoyo de su sucesor, el arzobispo Enrique Benavent, nombrado por Francisco.
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