Editorial

La UE no debe ceder al populismo migratorio

Poner en cuarentena principios como el de la libre circulación y la igualdad de los ciudadanos europeos, es dar carta de naturaleza a las mismas consideraciones que condujeron al Brexit.

Inmigrantes esperan a las puertas de las oficinas gubernamentales de Sanidad y Asuntos Sociales en Berlín (Alemania)
Inmigrantes esperan a las puertas de las oficinas gubernamentales de Sanidad y Asuntos Sociales en Berlín (Alemania)larazon

Sería un error grave negar que en buena parte de la población europea, especialmente, en la de aquellos países con largas décadas de experiencia acogimiento de inmigrantes, se está produciendo un movimiento de opinión pública que exige a sus gobiernos mayores restricciones en sus políticas migratorias, cuando no simple y llanamente el cierre de fronteras y la expulsión de las personas demandantes de asilo.

No es cuestión de entrar en las múltiples causas que han llevado a esta situación, sino de constatar que los movimientos de rechazo se están traduciendo en el crecimiento de partidos populistas, a izquierda y derecha, fenómeno que las fuerzas políticas tradicionales no parecen capaces de neutralizar desde los principios que han hecho de la Unión Europea, pese a sus defectos, el ilusionante proyecto de libertad y progreso que concibieron sus fundadores.

Muy al contrario, a golpe de resultado electoral, gobiernos como el alemán, el neerlandés, el francés o el sueco, por no citar a los extracomunitarios de Reino Unido y Estados Unidos, anuncian medidas para restringir la inmigración, entre las que figuran notablemente el cierre de fronteras, no sólo las exteriores, y el endurecimiento de las condiciones de asilo, la concesión de la residencia o el derecho a la reagrupación familiar. En muchos casos, sea dicho de paso, previsiones legales que ya estaban contempladas en las respectivas legislaciones nacionales, pero que un mal entendido humanitarismo convirtió en papel mojado, hasta llegar a la situación actual.

Por otra parte, el fenómeno migratorio no puede desligarse de las convulsiones geopolíticas que han sacudido el Medio Oriente, el norte de África y Asia Central en las últimas dos décadas, en las que no han estado, precisamente, ausentes algunas de las potencias occidentales. Por supuesto, es innegable que la Unión Europea está obligada a diseñar una política migratoria que ordene los flujos migratorios y, en lo posible, promueva una cultura de integración, pero esto no puede hacerse bajo la presión de unos movimientos populistas que en demasiados casos no sólo se apoyan en el miedo al extranjero, especialmente, de quienes provienen de sociedades islámicas o con valores en las antípodas de la cultura occidental, de origen judeocristiana, sino, y es lo más grave, en el rechazo al concepto de una Europa Unida, sin fronteras y de mercado abierto, que ha cambiado profundamente sus condiciones sociolaborales.

Porque poner en cuarentena principios como el de la libre circulación y la igualdad de los ciudadanos europeos, es dar carta de naturaleza a las mismas consideraciones que condujeron al Brexit. Finalmente, los problemas coyunturales que afectan a gobiernos como el Alemán o como, sin ir más lejos, el español, no descargan a nuestros gobernantes de la responsabilidad de afrontar una política migratoria que no responda al cálculo electoral a la histeria.